La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El pase robado con la 'mafia' del taxi de Sevilla
Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca con el respaldo de las urnas y el apoyo masivo de los norteamericanos. No hay actas escondidas como en la Venezuela de Maduro, no hay denuncias de pucherazo y, por mucho que lamentemos que la “tecnocasta” de Silicon Valley se haya alineado (por intereses obvios) con el ya presidente número 47 de Estados Unidos, tal vez deberíamos esforzarnos por entender (no solo replicar titulares sensacionalistas y criticar) por qué un personaje histriónico así ha logrado convencer a ricos y pobres, a las élites y hasta a los migrantes que va a deportar, con una nueva “edad de oro” para su país, sus anhelos expansionistas (de Groenlandia a Marte) y ese órdago de aranceles masivos con que ya está zarandeado el tablero geoestratégico del poder a escala mundial.
Make America Great Again. Si Trump 1.0 llegó a Washington con sordina, el Trump 2.0 que ha barrido en las elecciones de noviembre lo ha hecho con la misma contundencia con que se ha estrenado, sin pisar siquiera el despacho oval, firmando una avalancha de decretos para visibilizar su batalla cultural: limpia hacia dentro para dejar una administración de funcionarios “leales” y mensajes con altavoz global contra la inmigración, el cambio climático, la igualdad o la diversidad.
De todo lo que hemos visto y leído sobre el cambio de timón en Estados Unidos, dos imágenes colaterales se han convertido en icónicas en su toma de posesión: la mano alzada de Elon Musk (¿el saludo nazi?) y la carcajada de Hillary Clinton en mitad del discurso presidencial cuando anunciaba el cambio del nombre del Golfo de México por el de Golfo de América (¿la misma peligrosa superioridad con que la demócrata perdió su batalla contra Trump?).
Desde Europa, desde España, deberíamos ser capaces de construir un dique de contención. Y no porque ya sepamos que (tampoco) Trump sabe dónde queda nuestro país (¿un BRIC?) sino porque tenemos lo más importante en estos tiempos de populismo, pragmatismo y simplificación: un enemigo real, con rostro, con poder ejecutivo, con el control de las dos cámaras, con el apoyo de los jueces y con el respaldo del poder mediático, sobre el que sostener la batalla por la supervivencia. Por esa utopía de democracia que no es sino convivencia y respeto a los derechos humanos. A los demás.
No le miremos por encima del hombro y no nos riamos con nerviosa hilaridad; ahí perderemos. Bajemos al barro, humildes e ingenuos, y juguemos nuestras cartas. Ya hay un monstruo que combatir.
También te puede interesar
Lo último