La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Han pasado cinco días desde la noche electoral y todavía quedamos quienes nos preguntamos por la danza de los dirigentes del PP en el balcón de la sede de la calle Génova. Parecían moverse al dictado de un regidor de televisión que marca el final de los anuncios y el retorno al directo: “¡Prevenidos, a bailar!”. En demasiadas ocasiones los políticos de todo signo nos toman por tontos, menores de edad o seres marcados por la inocencia más blanca. Media España estuvo ante el televisor viendo a tipos con camisas blancas dando pequeños botes para fingir alegría y amagando con estúpidos compases de baile tan forzados como absurdos. ¿Era necesario? Cómo serían los comentarios en esas miles de casas de españoles tomados por ingenuos. El PP no gobernará. Puede repetir mil veces que ha ganado las elecciones, pero no formará un Ejecutivo. La liturgia de la victoria fue un exceso solo explicable en el marco de una política simplista, condicionada por el márquetin y en una campaña que empezó con la ocurrencia de Verano Azul y terminó con el Falcon de cartón piedra en Madrid. Una política de mensajes hamburguesa para saciar rápido al receptor que, al final, siempre se queda con hambre. No era necesario proyectar una imagen tan banal cuando todos sabíamos que el PP se había quedado planchado. La victoria en votos no vale para nada cuando se ha desplegado la Armada Invencible contra el sanchismo y el resultado ha sido un despropósito. No merecía Feijóo un ritual ridículo.
Me quedo con la contención, la prudencia y la mesura de la celebración de Moreno en diciembre de 2018. Se había logrado por primera vez el cambio político, un hito en la historia de la democracia en Andalucía, pero se optó por un muy recomendable tono discreto. No se ganó en votos, pero sí el Gobierno. Aun así, la imagen fue de alegría medida, discurso y para casa. Con motivo de la segunda toma de posesión del presidente se produjo ya el exceso de aparato protocolario que, seguro, segurísimo, no se volverá a repetir. En Madrid debieron tomar nota de Moreno en 2018. No procedía más que una comparecencia del líder sin bailarines de rostros cariacontecidos y sonrisas de hiena. Alguien debería haber evitado una representación lastimosa e innecesaria cuando todo podría ser más sencillo: el público es mayor de edad, no hace falta maquillarle la realidad ni exhibirle trampantojos de victoria sin derecho a formar gobierno. Se puede presumir de una más que notable mejora de los resultados sin necesidad de provocar vergüenza ajena. No era noche para el tocadiscos.
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