¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El ensayo general de la Magna
La aldaba
Unas instituciones fuertes, prestigiadas y con credibilidad son los pilares de un Estado consolidado, que aguanta crisis, embates y catástrofes. Cuidar las instituciones es la mejor inversión de futuro de cara a la estabilidad de una nación y la garantía de la convivencia deseable por todo buen gobernante. Tomarse en serio las instituciones no es sólo un asunto de protocolo sino de conductas ejemplares en quienes las encarnan en cada momento y, muy importante, de seriedad y buen criterio en quienes tienen la responsabilidad de designar a altos cargos. Cualquiera no puede ejercer determinadas funciones y ocupar determinados despachos porque, al final, ocurren los problemas, las desgracias y las tragedias y nos sentimos desarbolados. Hay que estar concentrados en el interés general, en las personas, en el pueblo... Y no en tantos trucos, tratos y mamandurrias para permanecer en el poder por el poder.
En España llevamos demasiado tiempo sufriendo conductas, actitudes y reacciones nada decorosas, muy alejadas de la mejor versión de la democracia a la que, pese a muchas circunstancias adversas, estábamos cómodamente acostumbrados. Tenemos gobernantes que se han comportado más como hinchas radicales del fútbol que como supuestos estadistas. La política española ha caído en el desprestigio más absoluto por decenas de ejemplos por todos conocidos. Las imágenes de los disturbios provocados al paso de la comitiva de los Reyes, el presidente del Gobierno y el jefe del Ejecutivo valenciano prueban no sólo la gravedad de cuanto ha ocurrido en la zona cero de la tragedia, sino el hartazgo del pueblo con gobernantes que no han estado a la altura. Sólo los Reyes aguantaron y quisieron estar con los vecinos, oír algunos lamentos desgarradores y exponerse al riesgo. Los Monarcas son conscientes de que son la última esperanza en un país que lleva años asistiendo al derrumbe del prestigio de sus instituciones: desde la presidencia del Gobierno al Banco de España, pasando por la Fiscalía General del Estado, el Tribunal Constitucional o la cúpula de la RTVE. La Corona debe preservar su prestigio, estar con el pueblo y ser una suerte de reserva en la degradada vida pública española. Los Reyes recibieron fango por culpa de políticos de barro.
La gente no respeta a quienes no se hacen respetar. La regeneración nunca vendrá de quienes se han burlado de la sociedad a base de colocar a amigos, afines y dóciles suavones en puestos claves para el gobierno del país. LA DANA ha sido el gran zamarreón que ha dejado al descubierto en manos de quiénes estamos. Honremos a los muertos de esta tragedia evitando espectáculos de desunión y debates propios de políticas de baja estofa. La prioridad son las víctimas y los vecinos que lo han perdido todo. No hay nada más. Sólo deberíamos haber asistido a declaraciones de unión entre administraciones, a mensajes de consuelo, a una rápida organización de los rescates y de la prestación de las ayuda, y no a tanta lectura de argumentario sobre a quién corresponde el qué, tanto tuit marrullero y tanto zasca cuando la cifra de muertos no deja de crecer.
Las instituciones son los cimientos que deben soportar crisis, tensiones y tragedias, por eso hay que cuidarlas cada día, contribuir a su prestigio y evitar frivolidades. No hay gurú que solucione el preocupante desprestigio que sufrimos. Sólo la Corona puede aguantar tensiones tan graves como las sufridas en Valencia. Y lo hará mientras preserve su mejor y único aval: la conducta ejemplar, la seriedad, meterse literalmente en el fango y mantener y fortalecer esa credibilidad que otros han perdido. Una nación necesita líderes creíbles, no productos de márquetin. La sociedad requiere de gobernantes que generen tranquilidad, no disturbios. Cuanto ha ocurrido en la visita institucional a Paiporta no será gratis para la clase dirigente. El pueblo no perdona tanta decadencia y tanto desprestigio acumulados. Se ha llegado tarde y mal después de innumerables episodios de banalidades, corruptelas y pactos indeseables para mantener los sillones. Sólo los buenos gobernantes gozan del prestigio necesario para afrontar los momentos de dureza que tarde o temprano llegan en la vida de una nación. Los Reyes han hecho muy bien continuando la visita cuando los políticos de barro (por seguridad, suponemos) han sido evacuados al primer lanzamiento de fango. Tanta preocupación por la máquina de fango y Pedro Sánchez se da bruces con el fango real de una tragedia.
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