La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Cuando Robespierre y sus incondicionales fueron declarados “ciudadanos fuera de la ley” y condenados a muerte sin juicio alguno, la legislación que los llevó a la guillotina era la de los tribunales revolucionarios del Comité de Salvación Pública que ellos mismos habían aplicado sin piedad cuando guillotinaron a miles de ciudadanos inocentes. Y muchos años después, durante los terribles procesos de Moscú que condenaron a muerte a miles de líderes comunistas acusados de los crímenes más extravagantes, la legislación que se les aplicaba era la misma que ellos mismos habían aplaudido y apoyado sin fisuras, hasta que un día se les aplicó a ellos en vez de a otros ciudadanos sin culpa. Hay una dinámica perversa en todas las legislaciones que ignoran las normas del Estado de Derecho. Y al final, esa legislación dictatorial acaba arrastrando a los mismos que la habían aplicado sin ninguna misericordia. Toda Revolución acaba devorando a sus hijos. Y eso debería saberlo cualquier persona con dos dedos de frente, aunque en España –donde la Historia es pura propaganda– esa verdad sea prácticamente desconocida.
Y eso es lo que le ha pasado a Íñigo Errejón. Su caída ha sido provocada por una campaña teledirigida a base de denuncias anónimas en las redes sociales, pero el propio Errejón llevaba muchos años practicando los linchamientos virtuales y las denuncias que no respetaban la presunción de inocencia y que carecían de toda base jurídica. Es evidente que el comportamiento de Errejón ha sido repugnante, pero a todo ciudadano le asiste el derecho elemental a defenderse de las acusaciones que no estén probadas en un juzgado. Todo lo demás es histeria y espíritu inquisitorial, un espíritu que se ha apoderado de nuestra sociedad y que nadie –y eso es lo grave– parece haber detectado como peligroso e injusto. Pero las cosas son como son, y el MeToo ha resucitado el espíritu vengativo –puro resentimiento, pura acusación histérica, puro fanatismo ideológico– de los guardias rojos de la Revolución Cultural maoísta. Y este ha sido el espíritu que se ha llevado por delante a Íñigo Errejón. Y a los que irán detrás, porque estos movimientos sociales que combinan la histeria con el fanatismo actúan como un incontrolable deslizamiento de tierras que destruye todo lo que se encuentra.
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