La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El sentido de la vida en Sevilla
Doscientas diecisiete plazas MIR no cubiertas en 2022. De ellas, 200 de Medicina Familiar y Comunitaria (en adelante, MFyC). El hecho es de sobra conocido y objeto de múltiples comentarios y editoriales. Con todo, estoy seguro de que, para muchos responsables sanitarios, no es para tanto. Y tampoco les culpo demasiado: para los que lidian con complejos problemas de gestión, que 200 plazas M.I.R. MFyC se queden sin cubrir no es un problema terrible. Distinto es, empero, si lo vemos como síntoma de una enfermedad que pone en cuestión la viabilidad de todo un sistema de salud.
De entrada, algunos hechos. Por ejemplo, que en esta convocatoria se ofertaban 8188 plazas, a las que aspiraban 9934 candidatos. Por tanto, más de mil aspirantes se han quedado sin plaza formativa en esta convocatoria. Pese a ello, al menos 217 han decidido no coger plaza y pasarse un año más de codos, libros, academias y ansiedad. A ver, el año que viene. En los hechos, además, algunas peculiaridades territoriales: concentración relativa de plazas sin cubrir en Castilla y León y Extremadura, que podíamos achacarlo a su pertenencia a la “España vacía”. Sorprende, no obstante, la acumulación de vacantes en Cataluña, comunidad atractiva a priori, y que solo se nos ocurre explicar por la barrera lingüística.
Tomemos MFyC, dado que dicha especialidad hace la parte del león de las no ocupadas. Podríamos pensar que los aspirantes no quieren formarse en MFyC por sus malas expectativas de empleo. Sin embargo, los hechos muestran justo lo contrario: un especialista en MFyC tiene hoy el mejor mercado de trabajo que servidor ha visto en décadas. La ola de jubilaciones en Atención Primaria, imprevista por la ausencia de una política de RRHH digna de ese nombre, hace que cualquier egresado de la residencia en MFyC tenga hoy un amplio abanico de posibilidades donde elegir.
¿Por qué no quieren la especialidad, pues? Propongo que partamos de una radiografía del egresado del Grado en Medicina. Sabrán ustedes del altísimo nivel de corte en las pruebas de acceso a la Universidad para conseguir el ingreso en la Facultad. Ello confecciona, de entrada, un perfil concreto del alumno: trabajador, disciplinado y muy competitivo. Y, del mismo modo, podemos imaginarnos un entorno familiar en sintonía. Después, un grado largo, al término del cual le espera la prueba M.I.R. Que no da una plaza en la administración, ojo, sino solo una plaza de formación remunerada, al término de la cual vuelve uno a estar en el paro.
A la hora de pulsar el botón de la especialidad, pesan muchas cosas. Y no estamos ya a principios de siglo, en que la información estaba filtrada por la prensa. Al contrario, ahora pesan más las redes sociales, donde una generación de líderes de opinión en Atención Primaria vienen confeccionando un retrato bastante aproximado de las realidades de la especialidad. Agresiones, papeleo, masificación, intimidaciones y el largo etcétera que no repito por haber sido el objeto de tantos artículos. Solo que es comprensible que el chaval, solo sobre el botón, se lo piense muy mucho antes de comprometerse con lo que a todas luces parece un tíquet de viaje al infierno (y solo de ida).
Hasta ahí, lo individual. Pensemos ahora en el círculo vicioso que ello comporta a nivel colectivo. La pésima situación de Atención Primaria es consecuencia de muchos factores, qué duda cabe. Pero podría proponerse que uno de los más cruciales fue el momento en que los responsables de la política sanitaria dejaron su cometido para implicarse en la política a secas (y con minúscula). Electoralismo puro y duro. Y la espectacularidad del hospital y la tecnología vendían. Y, por tanto, daban votos. Que Atención Primaria proporcionase más Salud por menos dinero no era una cuestión evidente. Y, por tanto, vendible al público en general.
La consecuencia fue la depresión presupuestaria de Atención Primaria, que se compensó con una masificación galopante, poco compatible con las exigencias clínicas de una población añosa, cargada de enfermedades crónicas. La negligencia a todos los niveles alcanzó el cénit con la desatención a la ola de jubilaciones.
El asunto no es baladí, porque está en la base de la “España vaciada”. O, al menos, de la realimentación del vaciamiento de buena parte de España. Porque la escasa disponibilidad de médicos de familia se ceba con las zonas que la juventud considera menos atractivas a priori. Y, por tanto, al disponer estas de menos recursos sanitarios, fortalecen los mimbres para el vaciado. Al fin y al cabo, los servicios clínicos son parte fundamental de la atención que el Estado dispensa a sus ciudadanos.
Al no prestar atención a las 200 plazas no cubiertas en MFyC, el estado español opta, aunque sea en negativo. Porque, entre un sistema basado en Atención Primaria y otro sin esta especialidad, a la chita y callando, acaba de tomar este último camino. Una decisión estúpida, de lo cara. Cabe pensar - ya que los de arriba parecen no hacerlo - a qué nuevo sistema nos lleva este camino. Porque, dentro de unos años, lo tendré que ver, pero del otro lado. Del lado del paciente.
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