La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Se imaginan un Aldama en versión sevillana?
Plaza nueva
RECONOZCO el derecho de los descendientes de las víctimas del franquismo a saber adónde fueron a parar sus cuerpos, en qué maldita fosa han reposado desde que estalló la guerra más cruel que vivió esta tierra tan experta en asuntos así. En cuestiones bélicas dicen que no hay nada como una guerra civil, pues en ella aflora lo peor de cada uno y al rebufo de la contienda se mata por cuestiones personales, por una simple discusión tiempo ha en la barra de un bar o en un patio de vecindad. Tienen todo el derecho del mundo esos descendientes de desaparecidos de saber qué fue de lo que quedó de ellos, dónde pueden dirigirse para rendirles alguna muestra de cariño. Están acompañados de toda la razón del mundo, pero también conviene recordar que estos problemas que impulsa el cainismo se sabe cómo empiezan pero nunca cómo van a desarrollarse y, menos aún, cómo van a terminar.
Me parece estupendo que se les dé a esos pobres asesinados, represaliados, fusilados, el reconocimiento debido y que sus familiares puedan ir, si lo desean, a rezarles a sabiendas de que sí, que son sus restos los destinatarios de esos homenajes. Pero, sin embargo, me parece que, como en el otro bando también hubo víctimas desaparecidas, como esta otra facción se decida a rebuscar, la herida puede ulcerarse. Hurgar en heridas que creíamos cerradas a la muerte del gran culpable no puede traer buenas consecuencias. Ponerse nuevamente a discernir quién ordenó más barbaridades, si Queipo o Carrillo, si la Pasionaria o Castejón, nos mete en un punto de complicado retorno para el que ya no sirve aquella especie de Ley de Punto Final tácita que vio la luz mediante la legalización de los partidos y el retorno a la democracia.
Ponerse a discutir quién fue más bestia en aquellos infamantes años treinta no tiene sentido y está ayuno de un futuro más o menos esperanzador. Dicen los historiadores que uno de los grandes generadores de la guerra civil fue el hambre, una sociedad de pobreza y de privaciones. Con la llegada del Estado del bienestar parecía que ya no podría darse el indispensable caldo de cultivo para otra reyerta entre hermanos, pero todo es susceptible de empeorar y no cabe duda de que las condiciones de vida no están, precisamente, mejorando. Con el personal endeudado hasta las cejas, con los bancos quejándose porque no ganan lo que ganaban y con las hipotecas impagadas incrementando sus patrimonios a la par que vacían sus arcas, el clima social es inquietante. Por todo eso, creo que el juez Garzón podría dejar de remover esto de los cadáveres de uno de los bandos porque puede ser que esté larvándose un nuevo enfrentamiento. Total, en este siglo aún no registra nuestra Historia ninguna guerra civil.
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