¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
En un artículo de 2014, con el título Transformaciones recientes en el Aljarafe sevillano, el geógrafo Miguel García Martín definía el modelo territorial que se ha impuesto en la comarca como "dual: tradicional pero metropolitano", como "depositario" de algunos de los paisajes "más simbólicos" del entorno de Sevilla (el olivar, las huertas o la vid, casi desaparecida, en sus escarpes, cornisas y riberas), sobre los que se han yuxtapuesto las urbanizaciones, que han configurado otro paisaje, más "repetitivo, trivializado y caótico", como en cualquier otra aglomeración del país.
Con sus más de 350.000 habitantes, la comarca sería la tercera ciudad andaluza, con una población similar a la de Córdoba. Aunque únicamente la cuarta parte ha nacido en los pueblos que han elegido para vivir. La media es más baja en los municipios del primer cinturón -con barrios obreros, en el sentido clásico del término-, en la zona central y en ayuntamientos en los que la eclosión inmobiliaria ha sido muy fuerte. Los vecinos de toda la vida son un 10% o un 15%.
Es la realidad que los partidos que concurren a las elecciones municipales del 26 de mayo -cuyo debate ha sido arrollado por las generales convocadas para un mes antes- debían tener en mente, casi como una visión de estado y al margen de la lista de promesas que elaborarán estos días, cada cual en su pueblo. Porque, más allá de urbanizar una calle, de mejorar jardines, de atraer empresas, de articular los servicios sociales y de responder a las necesidades de seguridad, emergencias y movilidad que implica el modelo urbano, el reto del Aljarafe es que sus habitantes lo valoren y lo aprecien. Y sólo se valora lo que se conoce.
No se trata sólo de que los recién llegados sitúen en el mapa a Itálica o San Isidoro del Campo; los dólmenes de Valencina y Castilleja de Guzmán, el Carambolo, Cuatrovitas, el palacio que edificó Hernán Cortés, el legado del Conde-Duque de Olivares o los jardines de Forestier. Se trata de identificar cosas más pequeñas y su sentido. Como las torres de contrapeso que han resistido de las haciendas que no mutaron a salones de bodas o las tascas y bodegas, las construmbres. No hay turistificación en el Aljarafe, pero sí efectos parecidos. Hasta la transformación urbana que se ha vivido después podría formar parte de esa historia propia. Me viene a la mente el libro Hijos del Aljarafe, que el periodista José Rodríguez Polvillo publicó en 2011: muchas de las personalidades sobre las que indagó por su vinculación a la comarca eran sevillanos que optaron por la cornisa, en épocas muy distintas.
En la medida en que se logre, la propia ciudad de Sevilla mirará a este al-Saraf (término árabe, que significa otero o altozano, del que deriva Aljarafe) por algo más que su oferta de centros comerciales y asadores. Ahora que está de moda el término "relato", el Aljarafe necesita el suyo, como vínculo entre lo viejo y lo nuevo y para evitar que el desapego derive en desarraigo -con lo que conlleva- en las generaciones que sí están naciendo ya en una de las comarcas más jóvenes de Andalucía.
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