La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Mi reino por una silla... en la Magna de Sevilla
La aldaba
Hay días de vino y rosas como los hay de inquietud y sillas. Si a usted no le piden un asiento de Quidiello estos días para la Magnísima es que no es nadie en Sevilla. La presión aumentará hasta el último día porque está por las nubes y queda más de una semana. Quien pueda que se cuele en las parcelas como en tiempos el mozo de la nieve en los festejos de la plaza, con la barra de hielo sobre el hombro, a paso ligero y el ripio tronante: "¡Ojo que mojooooo, que mojooooo!". El poder se mide estos días en quién puede conseguirnos un asiento para la procesión del día 8 de diciembre, como no hace tanto se tasó en quién podía gestionar una localidad para los puñeteros Grammys en Fibes, el desfile de Dyor en la Plaza de España o las finales de la Copa del Rey en el Estadio de la Cartuja. "Quien pueda hacer que pueda", dice Aznar sobre la necesidad de luchar contra el sanchismo, cada uno desde su loseta, su despacho o el puesto que tengo allí. Ahora, en clave sevillana, podríamos proclamar que quien conozca a alguien en la Junta, el Ayuntamiento, el Consejo de Cofradías, la Delegación Diocesana de Hermandades, los patrocinadores del evento o la empresa Quidiello, que llame a la voz de ya a cada uno de los que conozca para pedir un par de asientos. La cosa está que arde y más que arderá... la candelería de las vanidades. El que no tenga silla ese día no es nadie, al que no le pidan una gestión para acceder a un asiento pinta menos que un consiliario cuarto. Hay quien tiene una silla y se comporta como si tuviera el cortijo de El Torbiscal, que enseñaba don José Luis Sainz, el recordado gerente del Consejo de Hermandades, que le echaba psicología y mano izquierda a los abonados histéricos a los que se les había pasado el plazo de renovación de los derechos. Ahora hace falta mucha, muchísima paciencia, para calmar las prisas de muchos sevillanos que despreciaban la Magna y que, ay, de pronto quieren estar bien colocados. Pura y dura novelería sevillana.
De pronto se han disparado las ganas por tener una silla en la Magnísima. Somos como hormigas rabiosas que encuentran un nido de azúcar. Todas quieren trincar su ración porque ven que otras se han hecho con su parte. Hay que darles una medalla del mérito civil a quienes estos días aguantan las presiones por conseguir un asiento. Uno recuerda, por ejemplo, a esos incautos cargos de la Junta a los que telefonean sus hermanos, sobrinos o cuñados. "Tengo un pariente en una Consejería que seguro que me consigue las sillas porque para eso han soltado 600.000 euros de subvención para el Congreso". Y lo llamas, le pides dos sillitas donde buenamente se pueda y el alto cargo se convierte en carguillo porque tiene menos fuerza que una hermandad pirata en el Consejo. ¿Recuerdan el cartel del gozo de las Semanas Santas de nuestra infancia? "Se alquilan sillas para toda la Semana Santa". Pues los señores del Consejo tendrían hoy que publicar un mensaje en sus estados de WhatsApp: "No hay sillas para la Magna". Somos como niños.
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