Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Sevilla/Estas tardes cada vez más largas anuncian el celofán de una primavera todavía envuelta en decenas de hojas de calendario. Pero esta luz duradera, que ha crecido sin darnos cuenta como lo hacen de pronto los niños, es el presagio de un tiempo gozoso que muchos no podrán disfrutar porque se quedaron en la vereda, anclados para siempre en las nieves del invierno de la vida y en la confianza de recibir el brillo de la luz perpetua a la que en Sevilla los mortales llamamos Esperanza. Será por ellos y para ellos, para su honra y memoria, este tiempo recuperado que busca la explosión de júbilo, dejar en los armarios las dalmáticas del luto, lucir los rostros descubiertos para que en ellos se esbocen sonrisas y confirmar que no existen ya más vacíos que los de las tardes de un domingo de agosto.
Están las tardes pidiendo templos abiertos y meriendas sosegadas, actos de culto y civiles, libros nuevos y charlas sobre tiempos viejos, altares con cañaverales de cera y tertulias de codos en las barras. Son las tardes del hermoso entretiempo de Sevilla que este año llevan la sonrisa y la pena, el gozo recuperado y el desgarro por las ausencias de quienes se verán privados de la felicidad del reencuentro.
La luz que pelea por ganarle horas a la noche proclama más que nunca que en poco tiempo seremos los de siempre y como siempre. Sí, tendremos que reencontrarnos con muchos ritos, con muchas liturgias, incluso con nosotros mismos. Esta luz vespertina de 2022 nos vuelve como niños con nerviosera, como adultos que llevan años sin recibir la brisa del mar y se descalzan para sentir la arena de la playa, como parientes separados mucho tiempo por la distancia y unos aguardan a los otros en el vestíbulo de un aeropuerto. Vence la luz al frío para regalarnos la victoria de la primavera, suenan los cascabeles de las mulillas que deben estar listas para el arrastre de un tiempo feo, de años horribles y una angustia desesperante. Esta vez sí debe llegar la luz para quedarse y derramar toda su gracia sobre la ciudad.
Crezcan las tardes todavía más, florezcan los naranjos, crepite el fuego que convierte las ramas de olivo en ceniza. Está la luz anunciando la buena nueva. Se están asomando los días grandes, como debieron aguardarlos aquellos sevillanos de los años treinta privados también de la primavera. Somos de tardes largas y sol alto, de esperar y ver llegar. Somos de luz clara y cielos limpios. Somos de intuir que ya viene, de ver cuanto no ha llegado, de anunciar lo que ha de venir y de soñar lo que vendrá. Bienaventurados los que han podido esperar. De ellos serán las tardes largas, el regalo anticipado de la primavera.
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