La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El gazpacho que sufrimos en Sevilla
En el debate sobre el Estado de la Comunidad de 2001, Manuel Chaves postuló la Reforma del Estatuto de Autonomía de Andalucía. A muchos nos cogió de sorpresa… Por ejemplo, nos pidieron opinión a los siete “personajes” que habíamos sido ponentes del Estatuto en vigor (del PSOE, UCD, PCE y PSA) y todos dijimos que no creíamos necesaria la reforma. Nos sacaron una foto que se publicó en una portada en la prensa. Cuando la ví, pensé: “Esta foto nos la vamos a comer con papas”. La enmarqué debidamente y la colgué en mi estudio, para eterna memoria personal.
¿Por qué lo hice? Porque ya me había dado tiempo para pensar y comprendí que Manolo Chaves, en su condición de Presidente nacional del PSOE, tendría noticias de lo que pensaba hacer Maragall cuando llegara a la Presidencia de la Generalitat –cosa que era previsible–, y pretendía contrarrestar la jugada.
Así sucedió, efectivamente: Maragall, el 25 del marzo de 2003, hizo pública su propuesta de reforma del Estatuto de Cataluña, a bombo y platillo. Ello provocó dos consecuencia inmediatas en Andalucía: por una parte, se creó una plataforma llamada Andaluces levantáos, que tuvo efímera vida, liderada por Manuel Clavero Arévalo, Rafael Escuredo, Alejandro Rojas-Marcos y Manuel Pimentel, con el presunto objetivo de movilizar a los andaluces. No hubo nada. Por otra parte, la Junta de Andalucía creó un denominado Consejo Andaluz para la Modernización del Estado de las Autonomías, del cual fui elegido presidente, y que trabajó en la redacción de documentos varios.
En mi condición de presidente de dicho consejo, realicé varios viajes a Cataluña, con el fin de saber por dónde iban las propuestas catalanistas: el Tripartito Catalán era completamente nacionalista –PSC, ERC e ICV (Comunistas más Verdes)– y estaba interesado en saber por dónde caminaban.
En un primer viaje, me entrevisté, por separado, con Manuela de Madre –presidenta del Grupo Socialista en el Parlament–, y con Miquel Iceta –secretario general de dicho grupo–. A ambos les hice la misma pregunta: “¿Hasta dónde queréis llegar?”. Y ambos me dieron la misma respuesta: “No lo sabemos. Dependemos de las propuestas de nuestros socios de gobierno, que cada día nos suben el listón. Y nosotros no podemos quedarnos atrás”. ¡Ea! ¡Eso es hacer política en serio!
En otro momento, me invitaron a un encuentro de trabajo, copresidido por Joan Saura (consejero de Relaciones Institucionales del Govern) y por Carles Viver Pi-Sunyer (presidente del Instituto de Estudios del Autogobierno). Había una 50 personas, entre diputados y expertos, entre ellos Manuel Medina, catedrático de Derecho Constitucional en Sevilla, que no me dejará mentir.
Intervine más de una vez, y expresé mi opinión sobre la posible inconstitucionalidad de algunos extremos. Una joven diputada me respondió: “Pues si hay que modificar la Constitución, se modifica”. Le contesté: “No a todas las generaciones les toca hacer una Constitución”. El Estatuto catalán salió adelante en el Parlament, fue “pulido” en el Congreso de los Diputados, y fue aprobado en referéndum, con una participación ciudadana únicamente del 49,85%. En el resto de España se abrió una “carrera en pelo” para reformar los distintos Estatutos. Como resultado, hoy por hoy, la práctica totalidad de las comunidades autónomas son, con diversas expresiones, una “realidad histórica”. Por historia que no quede…
Posteriormente, el Tribunal Constitucional declaró inconstitucionales una serie de preceptos del estatuto catalán, como era previsible. El estatuto de Andalucía también fue “inconstitucionalizado” en lo que tocaba a las competencias exclusivas sobre la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Algunos habíamos advertido sobre ambas cuestiones…
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