La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla/En Sevilla, ciudad completa más que compleja, aunque tenga sus complejidades, hay sitios donde uno puede estar en otra ciudad sin gastar un euro en Ryanair, que en realidad es Racanair. Hay edificios, ambientes y hasta atmósferas donde por unos momentos parece que estamos en ciudades europeas de esas a las que acudimos pero en las que no nos quedaríamos a vivir, al igual que Madrid está muy bien para pasar el fin de semana con las cenas con vistas aéreas del Hotel Victoria, pero ya estamos todos en la Feria con botellonas de Oseluí y en la Andalucía de la Cuarta Modernización (o quinta) de Moreno. Los andaluces no valoran a un presidente que acude al Papa un Viernes de Dolores para que llueva y en esa Semana Santa se quedan en sus templos el 80%de las cofradías. ¿O el presi es un druida? Me lo imagino ante la caldera en la azotea de San Telmo llamando a su consejero de Presidencia: “¡Antonio, Antonio! Deja Canal Sur y la tablet y echa más laureles y un rabo de lagartija! Que va a llover otra vez. Esta receta no me salía con Elías, pero ahora lo bordo. ¡Es que lo bordo!”. Si usted se sienta en los veladores de Victoria Baco en la calle Cuna y mira a la casa palacio de Mario López Magdaleno (antes del marqués de la Motilla), recrea la misma Florencia en la que tantos sevillanos han sufrido el síndrome de Stendhal.
Acude a tomar un café a la barra del Labradores, se encuentra allí con Joaquín Moeckel, Juan Reguera o José Ignacio Castillo, y está en un club inglés con derecho a guardarropa, posavasos y –lo más importante– a recordar al Gran Poder que allí estuvo a finales del siglo XVII. Un paseo por la Plaza del Salvador equivale a contemplar la fachada de tantas y tantas iglesias de la misma Roma, pero con la ventaja de orar ante el Cristo del Amor y evocar las geniales fotografías de Arturo Candau que están de guardia en esas carteras que son nuestra segunda piel. ¿Cómo pudo Arturo sacar esa perspectiva? A Dios por la fotografía. Estar en la plaza de los toros y sacar una entrada de grada es disfrutar de la estética de los pueblos blancos de Cádiz o de un paseo por el Albaicín de Granada. ¡Cuánta de la más bella Andalucía en esas galerías altas! Los sevillanos que han paseado por Arcos de la Frontera o por Granada tienen en esos pasillos una fortísima evocación de las tramas urbanas más originales: calles estrechas pero cómodas, umbrías, blancas, íntimas, acogedoras... La plaza de toros es pueblo, campo y ciudad al mismo tiempo por tantas cosas, incluidas esa plantas altas por las que bien merece un paseo entre toro y toro en estas tardes generosas de luz, cuando la primavera flirtea tímidamente con el verano, cuando los bureles meten la cara para alegría de la Fiesta, cuando los cascabeles de las mulillas anuncian el final de la faena. Hay mucha de la Andalucía más bella en los abriles de la plaza.
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