Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
PASA LA VIDA
LOS estragos de la crisis en la industria del lumpen han animado a muchos desalmados a echarse al campo y al descampado para saquear cualquier material susceptible de ser vendido bajo cuerda. Toda cosa a la intemperie, y sin un guardia de seguridad cerca, es carne de robo. En los yacimientos arqueológicos, los piteros intentan encontrar monedas, figuras, cerámicas, mosaicos, etcétera. Pero las bandas de la rebusca son menos historiadas. En la Cueva del Vaquero (Alcalá de Guadaíra) se llevaron el vallado perimetral de casi todo el yacimiento. En los dólmenes de Valencina robaron las placas solares que daban energía a la galería.
Las bandas no son hijas del bandolerismo. Unas arramplan con la fruta, otras con el cobre, también acosan las que cogen utillaje, las más osadas se llevan maquinaria. Tampoco olvidemos el salto de la reja en los colegios e institutos para llevarse ordenadores. El traumático robo en los domicilios aprovechando el éxodo vacacional es peccata minuta al lado del sistemático rastreo de fincas, polígonos indusriales y caminos secundarios a los que esquilmar. El pujante sector de las energías renovables, nuevo latifundista en la provincia de Sevilla, ha de blindar sus tinglados ante el acoso de los ladrones.
Está por escribir la novela sobre la rebusca en la Sevilla del 2010. El hambre ya no roba gallinas, acude a los comedores sociales y, como mucho, sisa en los supermercados. La Policía ha de combatir el submundo de los chatarreros, joyeros y vendedores ambulantes que dan alas al expolio generalizado, comprando material robado para colocarlo de nuevo legalizado en el mercado. Esto ya no es la época de los quinquis. Sus perfiles son mucho más afilados. Tenemos entre nosotros a mafias organizadas y globalizadas que mueven sin fronteras sus botines y sus ingresos. Recuerden cuando intentaron llevarse un helicóptero de la Cartuja. Protejan las bicis de la Vuelta Ciclista, que son capaces de llevárselas en un renuncio.
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