La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Salen a anunciar un pacto de gobierno y no permiten preguntas. Todos callados. Largaban del plasma de Rajoy (“Chichichí”) pero hacen lo mismo: evitar ser interrogados por asuntos de interés general, sortear a los periodistas, recortar la libertad, colocarse tras el burladero de la declaración institucional. Se les llena la boca con el progreso, la democracia, la pluralidad, la sana diferencia, la convivencia y blablablá, pero no predican con el ejemplo. Habría que llevarlos a clase, sentarlos en pupitres y darles lecciones básicas sobre el funcionamiento del sistema de libertades, del Estado de Derecho, del régimen democrático. No dan la cara, solo colocan sus mensajes. Sonríen, se piropean, vuelven a sonreír, reiteran una palabrería hueca que convierte todo en propaganda, justo precisamente lo que pretenden. La foto, el tuit, el vídeo de laboratorio, el gesto, la pose... Pero nunca la información. Cave canem. El perjudicado no es el periodista, sino el ciudadano. Pero este planteamiento tan básico y tan sencillo no interesa lo más mínimo. Cuando llega la dichosa campaña electoral los vemos haciendo el ridículo, pero siempre tienen a quienes elogian que “se abren a todos los públicos”, se someten a “diferentes escenarios” y siguen una estrategia novedosa “alejada de los formatos tradicionales”. Debe ser que el sometimiento a la fiscalización de los profesionales de la información es una costumbre vieja, caduca y rancia.
Mejor que te entrevisten la pija y la quinqui. Se está cociendo una investidura del máximo interés en un momento político más que delicado, pero en el fondo sabemos muy poco de las negociaciones. No da buena impresión que ignoremos tanto a estas alturas. La ocultación (no confundir con la discreción) nos hace sospechar que nada bueno se trama. Sólo hemos asistido a la escenificación de un pacto entre socios que ya sabíamos que lo eran, que nunca han dejado serlo y que continuarán siéndolo. Un acuerdo cargado de palabrería, buenas intenciones, medidas que suenan muy bien, pero que no sabremos quién pagará. O mejor no imaginarlo. Tenemos un líder del centro-derecha que desafina cada vez que interviene en Cataluña, juguetea a entenderse con un delincuente prófugo y no tiene su propia casa ordenada en una comunidad autónoma que le falla en las urnas. Los vascos están a verlas venir, a pedir lo mismo que se le conceda a los catalanes. Pero no sabemos nada de la letra del contrato. Intuimos, sospechamos, tememos. El martes hay jura de tiros largos. Los expertos dicen que retorna con fuerza la idea de que la ignorancia es el requisito clave para ser felices. No hay que preguntar. Somos niños educados.
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