La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Lo difícil no es salir del pueblo –se ha dicho siempre–, lo difícil es que el pueblo salga de ti”. Este lugar común, retadora frase hecha para quienes entendemos que no hay liberación ni libertad más grande que la interior, me ha hecho el apaño durante largo tiempo. A quienes somos de pueblo o, como dicen despectivamente, “de provincias”, irnos resulta obligado e iniciático; llega el momento en que la tierra aprieta y nos falta aire para echar a volar. La sed es el imperativo del verbo ser. Entonces nos vamos, y alguien nos vuelve a advertir (bien hecho) que lo difícil no es salir del pueblo, sino que el pueblo salga de ti. Así que tratamos de encargarnos de ello, abrirnos al mundo, dejar que nos permeen otras miradas y maneras de vivir, y aprender cuánto confundimos la verdad con nuestro miope punto de vista. Hicimos lo posible por que el pueblo o, al menos, la Bernarda Alba que nos manda callar, saliera de nuestro cuerpo.
Mas llega el tiempo, también iniciático, en que, sin cambiar París por mi aldea, celebro que el pueblo –lo que quiera que sea eso– no se haya ido de la entraña. Digo más: el pueblo dentro pude revelársenos como gran respuesta, individual y colectiva, a grandes males. Me palpo el pueblo debajo del pellejo cuando hablo en mi habla primera, criatural, y esa lengua, estrictamente materna, me hace descubrir cosas mientras las escribo o digo. Se me transparenta la clase y el pueblo cuando no me cabe en la cabeza que compremos tantísima ropa, en vez de estrenar menos y cuidar más. Se me nota en que entiendo tanta basura como un fallo del sistema; la abundancia está reñida con el despilfarro. Sé los desvelos del campo; sé, como León Felipe, todos los cuentos; reconozco a los dioses lares e imago maiori que desde los retratos en la pared cuidan la morada de mi padre. Me importa el tempo, pues “la urgencia me demora” (Platón) y la aceleración social conduce a formas de alienación incompatibles con la buena vida. Me importa que los chiquillos se manchen mucho el chándal de caer sobre las aceitunas. Me importa lo comunal. Me es posible tocar la raíz, y reconocer en el paisaje montañoso –ay, Rilke– mi verdadera patria: la infancia. Todo eso es pueblo que se lleva por dentro.
En lo que le queda de pueblo al pueblo encuentro respuestas no solo particulares, sino colectivas, a grandes problemas de hoy. Sin embargo, presos de prisa, los esquemas mentales y el modelo socioeconómico actual pasan tres pueblos del pueblo de adentro.
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