Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
La Aldaba
Qué maravilla de carteles se ven por Madrid que debieran ser ejemplo en Sevilla. ¿Cuándo leeremos en los clubes de aquí el ruego de que los socios de una entidad y sus invitados (horror) no utilicen los teléfonos móviles en el comedor? Casi resulta un ruego vintage por la imposibilidad de hacer cumplir la directriz. Usted queda a almorzar con un amigo y, por lo tanto, reserva una mesa para dos, cuando en realidad es para tres o cuatro porque su acompañante está pendiente del teléfono, que coloca junto a la paleta del pescado (en el caso de que el restaurante use ese cubierto) porque su hija tiene cita de riesgo con el dentista, está usted pendiente del telediario por la última hora de la amnistía o quiere estar al tanto de los actos del décimo aniversario de la proclamación del Rey al que no invitaron a Feijóo. Feo, feo, feo. No quedan restaurantes en España donde se inste a la buena educación. Nos tragamos a diario en los comedores a gente que reproduce vídeos a toda potencia sin que el metre de turno se atreva ni siquiera a indicar la conveniencia de bajar el volumen.
Es probable que más pronto que tarde veamos comedores en silencio como los vagones del AVE. Acabaremos suplicando una vida cotidiana de penitente de ruan, en sigilo, apacible, sin interferencias. Todavía mas plausible es que no se permita la entrada a un establecimiento de quienes portan una carpeta con papeles, que ha ocurrido. “Aquí, comer y tertulia, señor”. La sociedad deberá avanzar más pronto que tarde hacia un blindaje contra la penitencia ruidosa, estruendosa e irritante de los teléfonos móviles. Renfe no ha sido capaz de frenar la decadencia de uno de los servicios que indiscutiblemente mejor ha funcionado en España: el AVE. El vagón en silencio es insuficiente. Todo el AVE debería no sólo exento de ruidos, sino con la obligación de que el personal no se quite los zapatos por muy famosos que sean, con la prohibición de que no se reproduzcan los mensajes de audio para todos los presentes y, sobre todo, con la advertencia de que no se deben comer patatas fritas masticadas de forma sonora antes de que el condumio penetre en las fauces y evitar así el síndrome del rumiante. Hay que celebrar que la Real Gran Peña de Madrid incida en uno de los elementos que más dinamitan la convivencia entre comensales: el celular, que dicen los iberoamericanos (latinoamericanos en lenguaje progre). En muchas ocasiones hay que mirar a Madrid en asuntos que nos llevan ventaja. En Andalucía hasta podríamos colocar carteles para prohibir que se hagan colas en las puertas de las tabernas. Señores turistas, no sean incautos, olviden el teléfono, paseen, vean y déjense llevar. Sean libres. Y educados.
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