La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Ni solo ni con Vox. El PP de Alberto Núñez Feijóo ganó este domingo las elecciones, pero no como anticipaban los sondeos, sino mucho más en precario. La ausencia de una mayoría del bloque de la derecha tiene el sabor metálico de la derrota. Le faltaron seis escaños para llegar a los 176 (incluyendo el de UPN) que abren las puertas de La Moncloa. Es el peor de los resultados para el partido ganador. Y el escenario pensado por Pedro Sánchez cuando, de improviso, convocó elecciones a Cortes Generales el mismo 29 de mayo por la mañana, sin tiempo para digerir el revolcón que la víspera le dieron las urnas y la enorme pérdida de poder institucional que sufrió su partido.
Su aspiración ese día era conseguir justo lo que los españoles con sus votos le han garantizado: bloqueo: a una mayoría social de la derecha; a perder el Gobierno en plena presidencia de turno de la Unión Europa, y a su propia defenestración como líder del PSOE.
Y de ese bloqueo, incluso, puede salir una reedición de su Gobierno con la izquierda extrema y el apoyo externo de los principales partidos independentistas, incluso Bildu. O en el peor de los casos, una repetición electoral que le permita añadir un capítulo más a su Manual de Resistencia.
Para lograrlo su gran aliado ha sido Vox. Que ya es uno de los problemas políticos de España y el principal para el liberalismo que pretende representar el PP. Era el juego de Sánchez. Convocar de inmediato para usar los pactos poselectorales en municipios y autonomías para mostrar que el PP, lejos de ser el muro de contención contra el partido ultraderechista que ha sido en Andalucía desde 2018 (primero desactivándolo cuando fue socio de legislatura del Gobierno de coalición en la Junta entre PP y Cs y luego aglutinando todo el voto moderado para dejarlo en la irrelevancia en el Parlamento de Andalucía).
Feijóo y sus estrategas no han sabido verlo. Ni manejarlo. Cayeron en la trampa de Sánchez de forjar pactos en ayuntamientos y comunidades autónomas sin anteponer el bien superior de conseguir el cambio en España.
Feijóo ha pretendido hacer lo uno y lo contrario. Y eso es imposible y un desastre para la credibilidad política. No puede uno pretender conseguir un apoyo mayoritario de la sociedad española porque vas a ser la opción más útil, la garantía de que Vox no entraría en los gobiernos, al mismo tiempo que se pactaba a prisa y corriendo con ese partido en la Comunidad Valenciana, primero, y en Extremadura, después. Y encima en el caso extremeño mintiendo con descaro a los electores.
Vox es un partido que ampara valores que la sociedad española en su mayoría ya no comparte. No se puede negar la violencia machista cuando en España mueren casi medio centenar de mujeres al año (y eso en los años con incidencia más baja). No se puede negar el cambio climático ni la agenda 2030 cuando la transición ecológica da una oportunidad sin parangón para convertir a España en una potencia energética. No se puede tolerar a quien no respeta la libertad sexual del individuo, por más que diga que sí, si le hace la guerra cultural constante a todos los símbolos de los colectivos LGTBIQ+. No se puede estigmatizar a la inmigración con tintes xenófobos.
Feijóo no quiso poner unas líneas rojas muy claras, como sí hizo Juanma Moreno en las elecciones andaluzas del 19 de junio de 2022, y al mismo tiempo pactó en muchas ciudades y dos autonomías.
El principal problema de Feijóo es que las buenas expectativas –tan traicioneras– que le daba el consenso de los sondeos le vinculaba sin remedio a Vox, que se visualizaba como imprescindible para formar una mayoría alternativa a Frankenstein Y lejos de mostrarse firme como mejor opción para frenar el acceso del populismo de derechas, se mostró errático y dispuesto a pactar con Vox siempre que fuese necesario. Si necesitaba sumar con Vox, lo haría.
Esa postura ha invalidado la apelación a mayoría amplia a la andaluza que reivindicaba. Es lo uno y lo contrario.
Frente a ese marco confuso y hasta mentiroso, se le dejaba al PSOE, y a su ticket con Sumar, todo el campo para presentarse como la garantía de que no se aplicaba esa política excluyente e irrespetuosa con muchos derechos individuales.
La confluencia de intereses de Vox y PSOE, que el propio Santiago Abascal ha alimentado torpemente, ha situado a ese partido en la irrelevancia y en el estorbo principal para acabar con la mayoría Frankenstein. Si el resultado impide la investidura tanto de Feijóo como de Sánchez, que a buen seguro que intentará la reelección incluso si antes el expresidente gallego lo intenta y obtiene un previsible fracaso, una repetición electoral puede ser letal para Vox.
Votar a Vox no ha sido la garantía de asegurar la derogación del sanchismo, como repetían los dirigentes del partido con Abascal a la cabeza, sino el que lo ha hecho inviable. Por eso a Vox no le interesará nada que como en 2015 y en 2019 se repitan las elecciones. No querrán verse como Cs en noviembre de 2019.
Feijóo no gobernarla ni solo ni con Vox. Y ése es el problema, que dejó claro que sí gobernaría con los ultramontanos. Y ahora, ni el discurso de que nunca nadie gobernó perdiendo las elecciones, ni de que la alternativa a su investidura es el bloqueo, será suficiente. Enfrente está Sánchez, su Manual de Resistencia y su demostrada trayectoria de entrega de cualquier demanda con tal de conservar el poder.
También te puede interesar
Lo último
La ventana
Luis Carlos Peris
Sicab sigue pudiendo con el tiempo
Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
Editorial
Nuevo gobierno europeo