¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
La Rayuela
Decía Nicolás Maquiavelo en el siglo XVI: “Los príncipes que han sabido incumplir su palabra y embaucar astutamente a los demás han hecho grandes cosas y han superado, finalmente, a los partidarios de la sinceridad”. Así empieza uno de los últimos capítulos de su famoso tratado político, un apartado completo para coronar el listado de saberes y cualidades que a su juicio debía tener el dirigente moderno: De como deben los príncipes mantener su palabra. Recomienda no hacerlo, si es que quieren seguir en el poder.
El diplomático italiano, considerado uno de los padres de la ciencia política moderna, ilustraba sus recomendaciones con las cualidades de dos bestias. “Hay que ser zorra para reconocer las trampas y león para causar temor a los lobos”, aunque quien actúa como la zorra sale mejor librado, mientras que quien se comporta siempre como un león no entiende el arte del estado.
Un señor prudente, decía Maquiavelo, no puede ni debe observar la palabra dada cuando tal observancia se le vuelva en contra. No faltan razones para justificar el cambio de rumbo si es necesario. La batalla del relato, como diríamos ahora.
Ahora bien, el gobernante moderno también tiene que saber disimular la naturaleza zorruna, lo que es parte de ese arte desgranado por el autor de El Príncipe. Hay que ser un simulador y disimulador, porque “quien engañe encontrará siempre quien se deje engañar”. El vulgo se deja llevar por la apariencia y el resultado final de las cosas.
Estas fueron algunas de las bases para forjar a un gobernante en el nacimiento del Estado moderno. La democracia, como vemos, no ha cambiado tanto las cosas como cabría esperar. Se queja estos días Carles Puigdemont de que Pedro Sánchez no es de fiar. ¿Por qué iba a serlo? Es claro que el presidente español, como muchos otros, sabe qué bestia quiere ser, que conoce al dedillo la obra de Maquiavelo y se aplica el cuento para ser un moderno príncipe del siglo XXI. Si en los años del procés el ex dirigente catalán hubiese manejado mejor las cualidades de la zorra y el arte de cambiar de parecer sin miedo a ser llamado traidor, quizás su principado no estaría hoy en Waterloo. En estos momentos, el camino de Sánchez está plagado de trampas, en el Parlamento y en el Supremo, pero no podemos menospreciar su capacidad para sortearlas.
Concluye el tratado con cinco siglos de historia que el dirigente solo tenía que ocuparse de ganar y mantener el poder. ¿Qué importan los medios? No vivimos en un tiempo ni un país para leones. Y menos para corderos.
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