La primera cátedra

05 de enero 2025 - 03:08

Para nosotros, los creyentes, la verdad, que es Dios, es siempre más hermosa que cualquier ilusión, les decía ayer con relación a esa verdad que los padres deben enseñar a sus hijos: los Reyes Magos existen porque el Dios al que adoraron existe. ¿Cómo se enseña esto, cómo se evita que crean que fue una de tantas ilusiones que mueren con la infancia? En todas partes con la catequesis y la transmisión familiar de la fe como lo más importante para sus vidas. En Sevilla, además, llevándolos en brazos, recién nacidos, ante las imágenes de nuestra devoción, pasando su manita por las del Señor o la Virgen cuando están en besamanos, vistiéndolos con sus pequeñas túnicas y llevándolos en brazos, primero, y de la mano, después, en las cofradías en las que esto se puede hacer; o enseñándoles cómo y por qué visten sus padres la severa túnica de ruan.

Así se enseña a conocer y amar a Dios en Sevilla. Por eso las primeras palabras de mi pregón fueron para exaltar nuestra catequesis cofrade: “Como tantos sevillanos, quien os habla ni tan siquiera puede recordar la primera vez que vio a sus imágenes. Antes de tener memoria ya las veía en las fotografías que presidían su casa, era llevado a ellas –Calvario, Nazareno, Victoria, Amargura, Macarena– y era alzado hasta el Gran Poder…”. La cátedra de la Semana Santa son los brazos de los padres. Y lo que en ella se enseña sostendrá, alentará y esperanzará sus vidas. “El sevillano que ha metido, por medio de la cofradía, a Dios en su vida más vulgar y cotidiana, que lo lleva en la cartera, y lo tiene en la tienda del barrio, y en la esquina de la calle, tiene hacia la divinidad un respeto matizado por una sublime familiaridad que solo puede nacer a través de la cofradía”, dijo Romero Murube en su injustamente olvidado pregón.

Así de importante es lo que nos jugamos en este conjunto de cosas que llamamos Semana Santa y se vive todo el año –o se debe vivir si se hacen las cosas bien– en lo interno de los cultos y las visitas a las imágenes de nuestra devoción, en lo íntimo de la mirada y la oración a la estampa que convierte nuestra casa en una extensión de la capilla y la capilla en una extensión de nuestra casa. Ese bendito acudidero mío, que decía Manolo Toro. Siempre –y esto quizás se esté olvidando– con ese respeto matizado por una sublime familiaridad. Así se enseña en Sevilla que los Reyes Magos existen porque Dios existe.

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