La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Hay premios que honran al elegido, pero, a veces, además, su sabia elección se proyecta sobre el propio ente emisor iluminándolo y justificando su acierto. A veces, también, cumplen otra necesaria función: destacan una labor en un campo con escaso reconocimiento público. Y, por tanto, a la valoración de las personas premiadas, se añade el aprecio por el mundo en que han realizado su vocación y esfuerzo. Pues bien, todos estos rasgos, si se examinan detenidamente, los cumple el reciente premio Manuel Clavero Arévalo concedido a Consuelo Varela y Juan Gil, un matrimonio de investigadores, pertenecientes al mundo de las letras. Una pareja que lleva más de cincuenta años rindiendo culto, en Andalucía, a la lectura, a los archivos y a su pluma. Una pareja que se complementan tanto en sus dedicaciones intelectuales como en sus ejemplares comportamientos en otros lances de su vida profesional, ya que sin localismos, arribismos ni pregones han logrado avivar la cultura y la investigación andaluza, conectándola, a su vez, con otros ámbitos serios del exterior. Sin olvidar que también las reglas de la hospitalidad de la tierra los animan a compartir una copa de manzanilla en buena compañía. Y hay que contener los elogios ya que, en días pasados, Luis Sánchez-Moliní los expuso magistralmente en estas mismas páginas.
Un premio, pues, más que justificado, porque frente a otros tantos galardones existentes que –al ser siempre tan previsibles los elegidos– pierden parte de su ilusión y encanto, en esta caso, por el contrario, a lo certero lo ha acompañado una grata e inesperada sorpresa. Ha sido una opción que cabe aplaudirle (al jurado) no solo por razonable, sino por valiente en una región en la que los criterios selectivos suelen estar condicionados por el peso de inamovibles tradiciones. En Andalucía, costumbres muy acrisoladas obligan a enfocar siempre actividades ya muy aplaudidas y reconocidas. Y se corren, a este respecto, pocos riesgos, permaneciendo en lamentable oscuridad labores merecedoras de la mayor atención. Por ello, la concesión de este nuevo Premio Manuel Clavero (que ya había mostrado antes afortunadas decisiones) acierta, otra vez, con los nombres de Consuelo Varela y Juan Gil. Podría ser, por tanto, buena ocasión para sugerir que se mantenga este modelo: gratificar esfuerzos realizados por quienes llevan a cabo sus tareas fuera de los focos, al margen de los pasillos más transitados, y que, a pesar de ello, alientan con su ejemplo la vida social, cultural y la inventiva investigadora de estas tierras.
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