Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
calle rioja
Ala casa de Juan Sierra se llega desde el mercado de San Gonzalo, junto a la iglesia del mismo nombre, por la calle Giralda plena de naranjos. En la puerta sigue la sentencia del poeta con la que Jacobo Cortines cerraba la introducción de la antología poética que en 1992, con el aliento de su amigo y compañero de Hacienda Ignacio Montaño, editó La Veleta, colección granadina de poesía que dirigía Andrés Trapiello: "La bondad y el arte son las razones más nobles de nuestra existencia; lo demás es pura química o ciega naturaleza".
Hoy se cumplen 25 años de la muerte de Juan Sierra. Nació el 20 de diciembre de 1901, recién iniciado el siglo de las dos guerras mundiales. "El alba siempre nace con sangre / y las Eras de la Historia se producen más o menos según el número de cadáveres", escribía en el poema Cogida y muerte de Federico García Lorca. Fue vecino del granadino en la madrileña calle del Espejo cuando abandonó los estudios de Arquitectura y marchó a la capital para opositar al cuerpo administrativo del Estado.
En Madrid, cuenta Jacobo Cortines, frecuentaba el mismo café que Antonio Machado, "donde todas las tardes tocaba un pianista ciego". "Deshecho abril en un surco amarillo, / la Divina Pastora de la Muerte / previene con albahaca su organillo". Últimos versos de Último toro, poema "para un homenaje a los hermanos Machado, que luego no se les hizo", escribía el propio Sierra.
Regresó a Sevilla en 1927, el año que se asocia a una generación de poetas con los que siempre tendió puentes el representante de Mediodía. "Estoy ordenando su biblioteca, hay cosas de Lorca y Alberti", dice Ignacio Sierra, el segundo de sus tres hijos, que cuarenta años después ha vuelto a la casa paterna en la que también nacieron sus hermanos Juan y Joaquín. Puentes con el 27 como utilizar la décima que utilizó Guillén y perfeccionó Gerardo Diego cuando Sierra publica en 1934 María Santísima.
Se casó con Carmen Vallejo, que hoy tiene 98 años. Primero nació Juan, que vive en la calle Evangelista. Después vinieron los dos futbolistas. "Jugábamos en la puerta de casa", recuerda Ignacio, "junto a una alberca en la que después se hizo un piso Isabel Pantoja". Jugaron en los Salesianos y, émulos de los Gasol en Triana, aparecen juntos en una fotografía de atletas púberes en la que están el cancerbero Miguel Reina o el defensa Paco Gallego. La foto corresponde a un partido de la selección andaluza contra la ceutí, "ese día me marcó Pirri", antesala de otro choque contra un combinado extremeño que truncó la carrera balompédica del hermano de Quino. "El domingo siguiente iba a debutar con el Betis en el campo del Barcelona...". Cuando su hermano fichó por el Valencia de DiStéfano en 1971, se fue con él y allí nacieron y viven sus hijos Nacho y Alejandro, nietos del poeta.
Nunca dio el Pregón de la Semana Santa quien en las páginas de Palma y Cáliz de Sevilla llevó la fiesta mayor a la cumbre del lirismo. En la casa hay una foto de Sierra con Francisco Morales Padrón, el americanista que sí la pregonó, como lo hizo su amigo Ignacio Montaño, artífice de esta cuidada edición del 92 en la que el poeta rehabilita de los olvidos a Collantes, Porlán y Laffón y homenajea a Romero Murube.
Hay en ese libro un poema, Bombardeo de Poblaciones Abiertas, que dedica a José María de Cossío, mecenas del 27; un soliloquio de un alumno de colegio religioso con una meretriz de la Alameda de Hércules, versos que dedica a Cernuda, nacido un año después, si no de su generación, sí de la misma y fértil quinta.
Escribe un homenaje a Bécquer (Algo ha cruzado más allá de Adelaida); un paseo por Trafalgar, batalla en la que combatió un tatarabuelo con fragata propia. Poemas que valen más que pregones, como el titulado A Manuel Torre por una saeta que le cantó a la Macarena en la calle Feria.
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