¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
No hay columnismo sin obsesión, sin reiteraciones, sin grandes amores y pequeños odios que dan como resultado tradiciones de andar por casa. Ahí, tenemos, por ejemplo, el artículo antitaurino con el que Manuel Vicent suele saludar la temporada. O, por no salir de la materia cornuda, el artículo con el que el fallecido Burgos se mofaba puntualmente del cartel de la Maestranza. Uno, que no alcanza ni mucho menos a los dos referidos, también alimenta como un brasero de cisco sus manías y costumbres, y una de ellas es el saludo y celebración anual de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión (la del libro viejo, para entendernos). Este año, como ya saben, se celebra hasta el 20 de octubre en la Plaza de San Francisco, ya que las obras en la Plaza Nueva son inminentes (o eso dice el Ayuntamiento). Para los que ya peinamos canas o lucimos orgullosas y bronceadas calvas patricias no nos extraña la nueva ubicación. Las primeras ferias del libro de viejo que viví fueron, precisamente, en esta plaza con sabor Austria. Incluso recuerdo el primer volumen comprado, que se titulaba algo así como Objetivo, matar a Franco (sobre los proyectos de atentados contra el general), cuyo autor he olvidado y que tuvo que desaparecer en alguna mudanza o en uno de esos expurgos de la biblioteca de la que uno siempre se arrepiente (aún lloro la pérdida de El mar de las lentejas, de Antonio Benítez Rojo).
A la Feria del Libro Antiguo uno va a lo que saltare, bien sea una divertida charla con cualquiera de los libreros (Dani Cruz, José Manuel Quesada, Marie-Christine Del Castillo...) o bien un librito de ese autor del que lo compramos todo. Ayer me saltó Plaza perdida, recopilación de artículos de Aquilino Duque que empieza con una frase ejemplar: “Como las desgracias nunca vienen solas, la muerte de Mozart coincide con la Revolución Francesa”. La frase pide mármol y el descorche de alguna botella polvorienta.
Lo tengo claro: “Vino añejo, leche para el viejo”, como rezaba en uno de esos azulejitos que colgaban del quiosco Los Chorritos de la calle Betis. Prefiero las viejas banderas, las mujeres maduras, los caserones añosos y, por supuestos, los libros que huelen a los tiempos pretéritos, aunque sean de hace apenas tres décadas. Otra captura en mi razzia del martes por la Plaza de San Francisco ha sido el ochentero Jovellanos en la Sevilla de la Ilustración, de Manuel Rico Lara (mártir de la jauría) y cuya portada está diseñada por Manolo Cuervo, un modernazo que, sin renunciar a nada, ha terminado convirtiéndose en el pintor de cámara de los capillitas hispalenses. Amo a esta ciudad.
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