La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Hoy está previsto que se reúnan Joe Biden y Donald Trump. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo todavía no lo han hecho. Es cierto que el primer encuentro es para iniciar en plena normalidad el traspaso de poderes tras el arrollador triunfo de Trump en las elecciones norteamericanas. Esta vez no ha hecho falta que lo profetice Paco Reyero con el libro en el que predijo el triunfo del empresario sobre Hillary Clinton. En España no hemos tenido elecciones, pero lo que ha ocurrido es mucho más grave y previsiblemente tendrá en el futuro consecuencias electorales.
La gravedad de los acontecimientos, con el estruendo de muertes y desaparecidos, los estragos económicos, sociales, sanitarios, aconsejaba que los líderes de los dos primeros partidos de la oposición, el que gobierna y el que más votos obtuvo en las últimas elecciones, se hubieran puesto manos a la obra. O que al menos guardándose sus respectivas inquinas y malquerencias, lo disimularan un poco para dar una imagen de patriotismo y responsabilidad.
La tragedia ha sido una suma de despropósitos. Las muertes evitables seguirán golpeando la aldaba de las conciencias. En el caso de la Generalitat Valenciana, es como si en la parábola de san Mateo, las vírgenes prudentes hubieran delegado en las vírgenes necias el cuidado de la casa, que se encontró al socaire cuando llegó el señor de la furia, el barro y esas cañas asesinas que han permanecido impertérritas porque para los ecologistas son tan intocables como la Alhambra o la catedral de Burgos. El cruce de acusaciones resulta ridículo porque las culpas, como se dice de los premios de la lotería, han estado muy repartidas. En el trivial la pregunta sería políticamente incómoda, pero si a los valencianos de más edad les preguntaran quién ha salvado más vidas en temas de inundaciones entre Franco, Mazón y Pedro Sánchez en la respuesta nos llevaríamos más de una sorpresa.
Valencia-Madrid fue uno de los partidos de la quiniela que quedó por resolver. Madrid-Valencia es el viaje que tardó cuatro días en hacer el Gobierno con la excusa competencial. Los 360 kilómetros que separan Madrid de Valencia parecen más lejanos que los 1.400 que han recorrido los emisarios gubernamentales desde Madrid a Ginebra para negociar con el prófugo Puigdemont. Eso clama al cielo. El país necesita una foto de Sánchez y Feijóo juntos. Y si es en Chiva o Paiporta mejor. La nueva política cayó en el descrédito con Monedero en Caracas y Errejón en sus trampas del heteropatriarcado y el neoliberalismo. Valencia, que vive una posguerra en tiempos de paz, no se merece que también se despeñe la vieja política por el desfiladero de la falta de credibilidad.
No sé si Mazón emulaba la soberbia de Henry Fonda en Fort Apache subestimando la capacidad de Cochise y Jerónimo y Sánchez jugaba a ser el Kurtz de Apocalypse Now mientras la Rambla del Poyo se agigantaba como un Amazonas. Que pidan ayuda. En su Historias de la taberna del Traga, Garmendia contaba que una vez el Beni de Cádiz se sentó en la terraza del bar y el camarero le dijo que para sentarse había que pedir. “Pues deme un cigarrito”, le dijo Benito Rodríguez Rey. Pues eso, que para gobernar hay que pedir.
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