El populista

La pandemia ha puesto al sistema en peligro: es prioritario desactivar al virus cortándole la coleta

17 de mayo 2021 - 01:48

El populista se adjudica el papel de portavoz de la verdad que atribuye al pueblo frente a la mentira de las élites. Como explica el profesor de la Universidad de Bolonia Loris Zanatta, explota el malestar democrático de las sociedades y la falta de legitimidad de las instituciones. En concreto, aprovecha la brecha abierta entre la clase política y los electores para colocar su discurso y prosperar en su empeño por hacerse con un espacio propio explotando una retórica que permite visualizar la distancia entre la democracia real y una democracia supuestamente perfecta. El líder populista tiende a considerarse por encima de la división ideológica clásica y del partido al que representa y se presenta como un outsider ajeno a los circuitos tradicionales de reclutamiento de la clase política. El populista de derechas trabajará para desarrollar una nueva visión de la política adornada con las virtudes de la empresa privada: agilidad, eficiencia, pragmatismo. Para el de izquierdas, la democracia sólo es válida si le permite a él acceder al gobierno para empoderar a los de abajo.

Tiene razón Carlos de la Torre cuando afirma que la democracia representativa es antiheroica -aburrida, diría Felipe González-, al estar basada en la lógica de la administración y en la racionalidad instrumental. Pero su legitimidad se asienta en la noción de la soberanía popular. Cuando los ciudadanos perciben que la lógica administrativa desfigura la democracia, cuando sienten que sus opiniones no cuentan para el poder constituido y burocratizado, pueden apelar al poder constituyente del pueblo. El populismo promete redimir a la democracia de la lógica administrativa del poder constituido. Si bien las elecciones legitiman el poder de los líderes populistas, estos no pueden aceptar fácilmente perder una elección: si el pueblo es construido como si tuviese siempre la razón, si es imaginado con una sola voz y un interés único, es moralmente imposible que vote por otro candidato que no sea el candidato del pueblo.

Mudde y Rovira argumentan que en diferentes espacios institucionales el populismo puede corregir o ser un riesgo para la democracia. El parlamentarismo y las instituciones liberales inducen a que los populistas desradicalicen sus proyectos, pacten y se sometan a las reglas de juego institucionales. Sin embargo, cuando las democracias están en crisis, la lógica populista puede derivar en autoritarismo. La pandemia ha puesto al sistema en peligro: por eso es prioritario desactivar al virus cortándole definitivamente la coleta.

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