La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Se han puesto nerviosos en cuanto la derecha, o más bien el centro-derecha, ha tocado el cornetín para que sus huestes salgan a la calle. Se les nota alterados porque muchos de ellos, tan amantes de lo público, gastan un concepto patrimonialista de la vía pública, de las calles y plazas de la España diversa y plural pero con un callejero que parece privativo. Que si Feijóo hace seguidismo de lo que dicta Aznar, que si Aznar ha sido el ideólogo de la gran manifestación contra la amnistía prevista para el domingo 24, que si ese acto supone que Feijóo comenzará a ejercer formalmente de líder de la oposición cuando todavía no se ha celebrado el debate de su intento de investidura... Se trata de cuestiones formales que persiguen la censura de un acto que registrará un éxito de convocatoria. Ocurre siempre: el activismo de izquierdas está bien visto, tiene vitola de prestigio y normalidad, pero el activismo de derechas es una desmesura, una rebeldía, un ataque al orden establecido y hasta una ejemplo de déficit democrático.
¿Por qué? La más que posible ley de amnistía es un motivo muy importante, trascendente y grave para que se manifieste todo el que lo considere oportuno. Será una nueva prueba de que la sociedad civil está viva. Y está demostrado que es un asunto que no sólo preocupa a la oficialidad de la derecha y a sus militantes y simpatizantes, sino a muchos, muchísimos militantes de una izquierda moderada que asiste atónita a cómo se es capaz de vender lo que haga falta (la dignidad lo llama Guerra) con tal de mantener la poltrona. La calle no es patrimonio ya del cojo manteca, los incendiarios de la CUP u otros grupos del mismo pelaje aficionados al fuego en esas horas en que salen los gatos pardos. Dejen los amantes de la libertad que la gente sea realmente libre. Analicen lo que quieran y cuanto quieran, faltaría más, pero disimulen la urticaria que ya sufren por el mero hecho de saber con qué abrirán los telediarios de ese domingo de precepto para quienes sienten náuseas ante el desmontaje del régimen del 78, el año de mayor orgullo para la sociedad española, el año en que nació la Constitución tras una operación que fue un verdadero milagro. No volvimos a estar de acuerdo en tal grado hasta los atentados de Madrid o la victoria en el mundial de 2010. No dejemos que una ambición personal lamine la gran obra de la España contemporánea: pasar de una dictadura a una democracia sin un muerto y con la viuda del dictador mudándose de un palacio a un piso. No podemos perder así como así cuanto de bueno supimos construir. Si hay que salir a la calle se sale. Y nadie se debería poner nervioso si de verdad se creen la democracia.
También te puede interesar
Lo último