La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Tiene la mirada acuosa de quienes han mal dormido entregados al sexo, al placer y a la rutina de los peores vicios. Habla bajando la voz y la mirada tapando su desvergüenza. Su tono es siempre confidente y libidinoso, como si las palabras fueran inocentes colegialas a las que puede sorprender tocándoles la rodilla por debajo de la mesa. Jamás muestra asombro porque ha de fingir que lo sabe todo, que puede hacer mucho daño. Tiene la memoria llena de trapos sucios y, en la punta de la lengua, la velada amenaza de lavarlos cuando sea conveniente en una fuente pública a la que nos asomaremos todos. Ha sido su escudero un armario de dos puertas, portero de discoteca y presunto celador de puertas sagradas que algunos han sabido abrir con sobornos y comisiones. Muestra el fingido victimismo de quien se sabe culpable pero cuyo desprecio a la justicia le hace sentir impune. Se habla a sí mismo, nos cuenta, como si le hablara a una puta, de “P” a “P”, tasando sus servicios, desafiando nuestro torpe asombro. Parece criado a los pechos de la vaca asada de los ERE. Desde la soledad de quien se siente traicionado planea su venganza, extorsiona a los suyos, genera su leyenda, ralentiza sus pasos, tuerce su voto fingiendo haber recuperado una conciencia que nunca tuvo. Galdós le hubiera dedicado un episodio nacional.
Genera la política actual sus juguetes rotos. Algunos han degenerado o se han regenerado en contertulios televisivos o radiofónicos, véase Susana Díaz, Cristina Cifuentes o Echenique, capitaneados por Esperanza Aguirre y Margallo. Comentan temas de actualidad y del corazón. Si les dejan nos dan lecciones de política y buen gobierno. Soportan mal que bien las bromas que les gastan a cambio de esa nueva manera de ganarse la vida y poder seguir teniendo un micrófono por delante.
Los políticos retirados ya no son servidores públicos que se venden caro y publican sus memorias en libros superventas. Ya no dan suculentas entrevistas con frases sentenciosas que parecieran escritas en mármol. Nada tienen que ver con aquellos que un día supieron entenderse para modernizar el país. La progresiva destrucción de la memoria de La Transición española va de la mano del correlativo desprestigio de los políticos actuales. Se han convertido en empleados a sueldo por su escasa formación, su poca hondura, su falta de miras, su ausencia de criterio propio, su acomodaticia conciencia, su falta de responsabilidad. En el pecado llevan la penitencia, pero el daño es para todos. Y los votamos.
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