Poesía machadiana para Pedro Sánchez

22 de octubre 2024 - 03:06

Tuvo que ser el diablo el que me dictó las tres palabras. El acto de inauguración de la exposición sobre los Machado fue de los que invitan a la reconciliación y el abrazo fraterno. Como ejemplo, por las altas naves de la Real Fábrica de Artillería pululaban del bracete viejos enemigos con gesto sonriente y relajado. Algo ayudaría el Tío Pepe que se sirvió generosamente, pero sobre todo fue el espíritu compartido de Antonio y Manuel el que obró el milagro: un fuerte sentido de la fraternidad más allá de las ideologías y los intereses políticos. La presencia del Rey (símbolo de la unidad y permanencia del Estado, según la Constitución) también ayudó al buen ambiente que flotó en Eduardo Dato.

Mesié hizo todo el recorrido de la exposición imbuido de ese aliento fraternal, parándome a charlar con unos y otros, comentando las piezas más curiosas (el retrato de Manuel realizado por su madre, los bastones de ambos, la petaca de tabaco, el tintero, los manuscritos, el cuadro de Romero de Torres dedicado...) hasta que tropecé con esa divertida máquina del diablo que cierra el itinerario. Dicho artilugio se inspira en ese pasaje del Juan de Mairena en el que Antonio, siempre tan lúcido, profetizó una máquina que escribiría poemas de forma automática. Es decir, lo que hoy ya ha logrado la inteligencia artificial. “Y lo hace al estilo de Antonio Machado”, me dijo un amable académico de Buenas Letras, al mismo tiempo que me animaba a dictar tres palabras con las que el artefacto crearía un soneto. Y fue ahí cuando Belcebú intervino y me susurró al oído los vocablos. Podrían haber sido otros más en consonancia con la ocasión: “amor”, “Sevilla”, “álamo”, “fuente”, “soledad”, “limonero”, “camino”, “nardo”, “desmayo”, “hastío”, “Castilla”, “labios”, “olmo”... Pero no, los elegidos fueron tres dardos: “España-Pedro-Sánchez”, demostrándome una vez más que el país que nos ha tocado vivir es como el pedruscón de Sísifo del que no nos podemos librar por mucho que coronemos la cumbre.

La máquina cumplió y con una velocidad pasmosa, propia de un repentista cubano, escribió un presunto soneto y lo imprimió en un billete. Las conclusiones fueron dos. La primera es que a la IA le queda mucho por aprender del viejo oficio de versificar, además de no tener ni idea de lo que es un endecasílabo. La segunda es que, pese a todo, tiene su retranca y su colmillito. Valga si no el terceto con el que cerraba el poema: “Oh, Pedro, viajero del tiempo/ tu origen en esencia es un/ rompecabezas”. Para echar a los leones al poeta, pero aplaudir al analista. La inteligencia artificial no es tonta.

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