Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Hay veces, demasiadas veces, que es preferible evitar ciertos homenajes, porque aceptarlos es una forma de permitir que afloren envidias y ausencias por encima de las muestras de adhesiones y de cariño sincero. Hace años que se reivindica con razón que el cardenal Amigo debe figurar en el nomenclátor de la ciudad. Casi 30 años de pontificado han dado para mucho, muchísimo. Don Carlos continuó y consolidó la obra de Bueno Monreal en la puesta al día de la Iglesia de Sevilla tras el Concilio Vaticano II y la instauración de la Democracia. Vendió San Telmo en una operación de compleja calificación jurídica, restauró templos, recibió dos veces al papa Juan Pablo II, casó a una Infanta, promovió la igualdad en las hermandades, organizó congresos internacionales, logró la canonización de Santa Ángela, plantó cara a ETA en su homilía en el funeral de Alberto y Ascen cuando los obispos vascos se escondían para sonrojo de los católicos españoles, potenció la pastoral penitenciaria, promovió un modelo de Catedral que se autofinancia y un sinfín de reformas muchas veces polémicas, pero siempre valientes, trufado todo con un estilo personal con gran eco en los medios de comunicación nacionales, pues se metía en todos los charcos. Ni Monteseirín ni Zoido hallaron la fórmula para honrarle en el callejero. La figura del cardenal era y es demasiado grande. Y ellos no supieron o no pudieron. La solución de Afán de Ribera se fue al traste por la oposición respetuosa de la familia. No hubo valor para retirarle el título a la Avenida de Roma, pese al experto que explicó que no está dedicada a la Ciudad Eterna. Una calle por Santa Justa se vio demasiado lejos del cogollo de la ciudad. La idea mas hermosa fue dedicarle el tramo de Placentines que alcanza desde los pies de la Giralda a la estrechez, pero en el Ayuntamiento lamentan que algún sacerdote con cargo en la curia lo desaconsejó. Y dicen que los promotores de la iniciativa, amigos del cardenal, propusieron la plazuela donde confluyen las calles Luchana y Augusto Plasencia. Sí, esa plaza invadida por los veladores del restaurante italiano que, curiosamente, estaban retirados el día de la boda del hijo de un altísimo cargo municipal. Sí, esa plaza donde hay botellonas los fines de semana que obligaron a proteger el templo con una verja. Sí, esa plaza donde aparcan decenas de motoristas. Siempre creí que los cardenales, como los reyes, no deben tener amigos. Para no tener una avenida como Bueno Monreal, mejor quedarse como Segura: sin calle. Aunque, eso sí, el olor a pizza de los veladores siempre nos evocará a Roma... Y al gran cardenal que participó en dos cónclaves. Porca miseria. Ciudad cutre.
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