¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El placer de lo público
Si algún aprendiz de Elon Musk pone en duda la utilidad de lo público pienso ipso facto en el Parque de María Luisa. Cuando la infanta lo donó a la ciudad de Sevilla era muy consciente del bien que hacía, de la inmensa joya que legaba a sus conciudadanos. Y se encargó de dejarlo todo bien atado para que ningún alcalde impío terminase convirtiendo el paraíso en un barrio del ensanche. Si El Prado es un museo con una personalidad sin igual en el resto de Europa (seguido por poco por el Hermitage de San Petersburgo), el Parque de María Luisa es, quizás, el espacio verde más original de los muchos que hay en el Viejo Continente, con esa paradójica mezcla de lo selvático y lo racional que Forestier supo imprimirle.
Ya he escrito alguna vez que no hay mayor placer que dar un paseo por el Parque de María Luisa los días de fiesta a última hora, cuando los turistas y los runners se han retirado y uno puede caminar por sus grandes avenidas de sóforas y plátanos en soledad (sus recovecos a esas horas son menos recomendables). Es la grandeza de lo público: poder sentirse un Borbón por Aranjuez pese a los números rojos y las pequeñas miserias de la clase media. Esa sensación es ampliable a la Plaza de España. Hay noches de invierno en que uno puede disponer de ella como si fuese el guardián de una mansión solitaria y abandonada por sus dueños. Es importante, eso sí, olvidar nuestros recuerdos previos del monumento y enfrentarse a él con nuevos ojos, como recomendaba Savater hacer con los clásicos; volver a recorrer los azulejos de los bancos de las provincias, dejándose llevar por el mismo espíritu historicista que los inspiró, con sus teatrales versiones del compromiso de Caspe, el casamiento de los Reyes Católicos, la caída de Numancia o la concordia de Segovia. El resultado, en estos tiempos de historiografía revanchista y sin belleza, es más que recomendable.
Lo público puede ser un placer siempre que no se nos estabule con tornos, colas, tarifas reducidas y otros inventos contemporáneos surgidos al calor de la cultura de masas y la turistificación. En estos paseos nocturnos uno tiene la sensación de estar despidiéndose de un privilegio al que se accedía por el mero hecho de existir. La amenaza, bien lo ha dejado claro el alcalde Sanz, es organizar el ganado para ordeñarlo convenientemente. Lo de menos es que sea gratis o no para los sevillanos. La gran pérdida será no poder acceder a la plaza un domingo por la noche, o hacerlo salvando tornos y vallas para organizar las colas, sin esa libertad que actualmente hace que sintamos que paseamos por nuestra casa. Porque, insisto, esa es la grandeza de lo público: hacernos multipropietarios y beneficiarios de las Meninas o de un parque entre moruno y francés.
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