Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
El alcalde de Paterna, Juan Antonio Sagredo, senador del PSOE, llevó la bandera de su pueblo manchada de barro al debate de la Cámara Alta y su paisano, Gerardo Camps, del PP, se fundió en un abrazo con él. Y se nos encogió el corazón porque esa es la política en la que queremos vernos, desde la confrontación de ideas y el debate pero desde la fraternidad de habitar un país en el que no sobre nadie. Llevo años convencida de que trabajar para un ayuntamiento, sea cual sea su tamaño, es un grado. En situaciones tan dramáticas como las que estamos viviendo con la crisis climática golpeándonos allí donde nos duele –los hogares, las ciudades, las raíces– aquellos que deciden desde lo local demuestran la resistencia de quien sabe que las palabras solas no salvan y que vacías resultan letales. Al alcalde de Paterna se le quebró la voz y al ministro de Obras Públicas se le ha tornado su inclinación lenguaraz en frenesí reconstructor. Siendo un magnífico sparring de las refriegas políticas, a Óscar Puente le ha salido el alcalde que lleva puesto por debajo del traje y la corbata: se ha afanado en lo útil, en dar información de servicio, en advertir de peligros y en contagiar esperanza. Hay que dar las malas noticias pero dejar puertas abiertas siempre, los ciudadanos no son tontos pero tampoco quieren vivir en la cuerda floja. Eso lo saben muy bien los cientos de alcaldes y alcaldesas de toda Andalucía, pico y pala, inauguraciones y tuberías rotas, fiestas y entierros, alegrías y quebrantos. Tal vez en vez de la presunta independencia que se les exige a tantos cargos públicos –siempre independencia de carnet no de credos o de hipotecas económicas– sería deseable un curso de asistencia local, a modo de MIR, porque nada es más práctico que conocer las demandas de fuera y las goteras de dentro de una administración local. Los mediterráneos tenemos un modelo de ciudad que es un modelo de civilización, ése que el capitalismo salvaje quiere convertir en un mall ideológico y tan perverso como aquella gran superficie de la Caverna de Saramago. Una simulación de la vida, una prostitución de la vida, porque tal vez no sea casual que una sola letra separe en inglés a las palabras mall y moll. Quieren que cambiemos el zoco por la compra digital, el ágora por un limbo donde quien te quita o de la razón sea, con practica seguridad, un algoritmo. Quieren que cedamos la soberanía popular a gritos populistas antisistema (democrático) que reniegan de las élites desde la misma élite. Quieren que odiemos la política para que abandonemos la política a su suerte (la de ellos). Quieren que compremos el apocalipsis cuando la verdad son los cientos de servidores públicos que cuando vienen duras se manchan las solapas de barro. Son nosotros. Los que le hubiéramos hecho un hueco a Leonardo di Caprio. Que se metan su falsario Titanic por donde les quepa.
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