Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
A menudo, desde Madrid –y no sólo desde la capital del Reino–, tienden a minusvalorar lo que representa Andalucía. Los andaluces que voten mañana lo harán 40 años después de que por primera vez su pueblo se dotase de autogobierno, tras pelearlo sin cuartel. Aquellas elecciones de 1982, y antes los referendos de 1980 y 1981, no sólo cambiaron nuestra tierra, sino la arquitectura institucional de una España a dos velocidades. Los andaluces rompieron ese techo y encajaron en la Constitución un Estado autonómico en pie de igualdad. Y ese cambio fue al menos tan importante, si no más, que el que supuso la mayoría absoluta del PSOE-A y el cambio que cuatro meses después llevó a Felipe González a gobernar la nación con 202 diputados.
Andalucía volverá a hablar mañana y dicen todos los sondeos que otorgará una mayoría amplia, rayana en absoluta, al PP de Juanma Moreno. Puede ser. O no.
Ayer, las crónicas desde Madrid ya daban por seguro ese escenario, que será probable, pero no está hecho. No está el pescado vendido. Sencillamente porque no se ha contabilizado ningún voto. Y pueden ejercerlo 6.641.828 censados.
Esas crónicas se centran en que en el Palacio de La Moncloa dan por amortizada la derrota y ya sólo miran hacia adelante para seguir sosteniendo al Gobierno mientras dure la legislatura en las Cortes Generales.
No hay que despreciar a los andaluces. Suya es la decisión: la que armen con cada voto. Los andaluces votaremos pensando en nuestro autogobierno, porque es una conquista histórica. Y sea una mayoría absoluta, una relativa o un vuelco inesperado, no tiene por qué condicionar el futuro electoral español. No ocurrió en 2019, tras el cambio andaluz alumbrado en 2018. Y sí lo preludió en 1982. Es 2022. Y todo está por decidir. Y sólo en y para Andalucía.
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