13 de diciembre 2024 - 03:07

Una vez un griego, al ver al sol abreviar su viaje un poco cada día, al ver a los árboles derramar sus hojas y a los animales guarecerse, al ver al mundo volverse cada vez más triste, frío y oscuro, y al ver un día una esperanza secreta impulsar de nuevo al sol a ascender por el cielo y a las ramas a cargarse de hojas frescas, tuvo que inventar un cuento. Es Deméter quien empapa el mundo con su rabia y su desesperación, porque su hija, Perséfone, debe pasar seis meses junto a Hades en el inframundo. Es Deméter quien sonríe y hace sonreír al mundo cuando su hija retorna a la luz. Así lo explica el griego.

Hay una capa de misterio sobre la que el hombre vive, un lugar que la luz no alcanza, poblado por gigantes convertidos en volcanes, por monstruos y civilizaciones perdidas, por artefactos extraterrestres, por corazones delatores y habitantes del olvido. Es un lugar en el que la vista de pájaro no basta, no sirve, nos habla de un orden que esconde un desorden. Un lugar donde el tiempo y el espacio se expanden y contraen en una pasta densa en la que los segundos se hunden antes de poder correr.

Un pájaro no podría conocer la verdad de esta tierra muerta que inunda hoy nuestras pantallas, surcada por carreteras que no parecen conducir a ninguna parte. Hay en una foto aérea un edificio de techos grises, dividido en tres alas, y una construcción menor y cuadrangular, parte del mismo complejo. Los humanos podemos saber algo más: tres rótulos superpuestos indican tres lugares: “Edificio rojo”, “Edificio blanco”, “Puerta de la sala de ejecuciones”. Es la cárcel siria de Sednaya.

Las palabras no habían bastado, ni los 700.000 muertos, ni los millones de desplazados. No habían servido los ahogados en el mar ni en las alambradas de Europa. No sirvió ni siquiera saber que ya en 2008 hubo gente que habló de este sitio. No he sentido la sevicia de Al Asad hasta que he visto apenas unas celdas subterráneas, tapadas con cemento y sin ventanas, y he imaginado los cuerpos hacinados, envueltos en sábanas, medio disueltos en ácido, y frases en las paredes pidiendo acabar con todo, y a mujeres liberadas de pie en un umbral sin nombre, pensando tal vez si su puesta en libertad era una muestra más del sadismo de sus captores, si todo era una broma salvaje.

Sólo los dioses pueden regresar de la noche eterna. Por eso, cuando un vivo vuelve del país de los muertos, no vuelve a estar vivo. Es una anomalía. Es algo que escapa al cuento, al sueño y al mito. Es una verdad que no admite mentiras.

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