Perros traicionados

08 de octubre 2024 - 03:07

Como uno está horripilado de los vídeos cursis de perritos en el que este noble animal es tratado como un nenuco, busco consuelo en las palabras que Jacquot el Desorejado pronunciase ante su amo, el príncipe ruso Danilo, para evitar que mandase a ahorcar a la gran rehala heredada de sus antepasados: 500 perros corredores, 120 de muestra y 70 lebreles. El cruel boyardo quería dedicar el dinero para construir una escuela para niños, pero su leal Jacquot, montero y palafranero de confianza, se planta ante su señor vestido con sus mejores galas (traje de terciopelo color frambuesa con pasamanerías de oro, calzones de piel, botas francesas, cinturón circasiano con cuchillo montero al costado y tricornio) y le recuerda que nada bueno puede sacar de la matanza de aquellas “criaturas de Dios” y que, de ser asesinados los canes, los huesos de sus antepasados “se revolverían en sus tumbas y hasta el espectro del pobre Alexis abandonaría su atadúd para señalarte con su brazo descarnado y maldecirte”. La vibrante intervención de Jacqot el Desorejado –personaje inventado por Alejandro Dumas– es una mezcla de canto a la tradición con reivindicaciones animalistas. Se defiende a los perros no sólo por ser el orgullo de la casa de los Grubenski, sino por haberlos distinguido Dios con su gracia.

Sin embargo, en ningún momento, el orgulloso palafranero pretende que los perros dejen de ser lo que son: valerosos animales capaces de destrozar a dentelladas a un oso, aunque eso suponga que varios de ellos mueran despanzurrados. Si el hombre de hoy ama a los perros es porque antaño fueron sus compañeros fieles en las correrías cinegéticas o la ayuda indispensable para reunir y defender al ganado. No está claro hasta qué punto tenemos derecho en convertirlos en esos nenucos que vemos hoy en las redes y las calles, sobreprotegidos e hipermimados. Los queremos paritarios y sostenibles, incluso algunos interpretan sus fogosidades como intentos de agresión sexual. Los hemos humanizado y, probablemente, les hemos quitado la alegría de vivir: el sabor de la sangre tibia en la boca, el sexo inesperado y urgente (sin monos racionales que intenten separarlos), la excitación del ladrido, el lamento del aullido, el placer de revolcarse en la carroña. Con el perro, el sapiens ha sacado su lado señorita Rottenmeier, su maldito puritanismo Disney, y lo peor es que con eso nos creemos mejores personas.

Alphonse Toussenel dijo que Dios creó al perro cuando vio que el hombre era muy débil. Cierto es: los perros nos fortalecieron en la guerra y en la paz. Y nosotros se lo hemos pagado convirtiéndolos en unos ridículos muñecos para jugar.

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