Monticello
Víctor J. Vázquez
No es 1978, es 2011
En la España enconada de las redes sociales hay gente decidida a alegrarle la jornada a sus seguidores, a ser cirineos voluntarios para aliviar la carga de las cruces particulares que no se ven pero existen, a generar una sonrisa al prójimo y a fortalecer la fe y el ánimo de tantos necesitados. Cuánto se agradecen algunos saludos matutinos que son mucho más que un cumplido, mucho más que un rito cotidiano, muchísimo más que el preámbulo de rigor de cada amanecida, que ese buenos días carente de calidez que muchos aplican de forma automática antes de empezar la actividad. Ocurre cada día con los mensajes con los que obsequia a sus seguidores un prelado andaluz como Juan del Río, arzobispo castrense de España.
Más allá de la atención a la Casa Real y a los Ejércitos, don Juan dedica cada mañana a difundir un mensaje relacionado con la actualidad que no lo mejoran ni los expertos en eso que conocemos como coaching. El suyo es un uso modélico de las redes sociales para hacer el bien. Lo mismo ofrece orientaciones para cultivar una amistad, que para cuidar el matrimonio o conservar el puesto de trabajo. Sin almíbar, sin beaterío, sin tono de sermón dominical pronunciado sin fervor. Radicalmente anclado en los Evangelios como no puede ser de otra forma, con un incuestionable sentido de la actualidad, este arzobispo demuestra el vigor y la fuerza que ya exhibía cuando fundó el primer servicio de orientación religiosa universitaria de España.
Próximo a tener que presentar su renuncia al cargo por prescripción canónica, se puede decir que don Juan está en un momento espléndido. Advierte de la nevada más peligrosa, que es la del alma; pone rostro humano a los profesionales que nos protegen de las calamidades, apela a la serenidad, estabilidad y solidaridad en tiempos de egoísmos de alta velocidad, o alerta de que nadie posee la "patente del dolor" al recordar que cada persona tiene su "dosis" de un sufrimiento que es "único y exclusivo". En la melé de insultos, mensajes crispados, opiniones exaltadas y proclamas diversas de odio o rechazo, los tuits de este arzobispo que siempre entendió a los jóvenes son un bálsamo para todos los públicos, verdaderas perlas que hacen brillar los mejores sentimientos del ser humano. Cuando tantas veces dicen que la Iglesia tiene un problema de comunicación, recuerdo que no hay institución más antigua en el mundo, que ha sobrevivido a todo tipo de circunstancias adversas, y me fijo en Juan del Río, el cura de Ayamonte que usa las redes para hacer el bien.
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