La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Nos gustan las soluciones fáciles. Hay quienes creen que, con cambiar de entrenador, los delanteros de su equipo meterán más goles. Otros están persuadidos de que la independencia del rincón en el que habitan solucionará los problemas de quienes allí residen. Muchos opinan que, si se cambia a Sánchez por Feijóo, todo mejorará de inmediato. Bastantes de ellos mantienen, que con Ayuso al frente, el PP llegaría a la Moncloa más rápidamente. La izquierda dice que, si la derecha se centrara, habría menos crispación y más pactos. Quienes profesan religiones viven convencidos de que tras la muerte hay otra vida en la que les irá mejor. Quienes están enamorados sienten, que basta que la persona a quien aman les muestre cariño para que todos los días luzca el sol. Los enfermos saben que, si sanan, harán cosas que cuando podían, no hicieron. Cuando descubrimos algo nuevo, rara vez pensamos en que quizás sea la última vez que lo leamos, escuchemos, veamos o visitemos. Adoramos reducirlo todo al cara o cruz. A Putin o Zelenski. A Maduro o a María Corina Machado. A Trump o a Harris. Los nuestros o los otros.
Y, sin embargo, nada es tan sencillo y todo es más complicado. Casi siempre hay matices, y errores en todas las orillas, que en demasiadas ocasiones dotan de razones a quienes no las tienen. El mil veces utilizado “Y tu más” que tanto eleva las voces y reduce los argumentos a justificaciones infantiles. Pero reconocer que no hay verdades absolutas y que todos tienen algo de razón en sus proclamas, no debe llevarnos a un empate infinito en los conflictos. Para que el juego continue, hay que decidir si fue o no fue penalty. Pero el VAR no ha llegado a la política, ni en este mundo globalizado nos hemos dotado de instituciones capaces de ejercer el arbitraje de modo consensuado por parte de todos. Seguimos en la fase previa, en esa en la que como en los patios de los colegios durante los recreos, jugamos sin árbitro y con varios partidos al mismo tiempo entremezclándose. Los humanos hemos creado la Inteligencia Artificial; hemos sustituido los bombarderos de la Segunda Guerra Mundial por drones y dentro de una década nuestros nietos viajando en un coche autónomo, nos preguntarán que era eso de conducir. Y los historiadores explicarán que fue al prescindir del asiento de los conductores y dejar las rutas en manos de satélites lejanos, en vez de vientos, mareas, caballos y esperanzas, cuando nos perdimos en medio de esta Galaxia oscura.
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