La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Puede que mucha gente dedique su tiempo a reflexionar sobre los mensajes que les llegan del mundo. Utilizo la fórmula evangélica –el mundo– para ejemplificar lo que ahora ya ha llegado inexplicable e incomprensiblemente. La singularidad fiscal de Cataluña, por ejemplo. La igualdad –decía don Manuel Olivencia– consiste en tratar desigualmente a los desiguales. Parece no tan fácil de descifrar. ¿Significa que a cada uno según cada uno? En 1978 hicimos una democracia de ciudadanos libres e iguales. O sea, mismos derecho, mismas obligaciones. Y una ley común para todos. No fue fácil pero penosamente se fue haciendo. La desconstitucionalización de España viene a consistir en esto, que los españoles no seamos iguales ante la ley. Por ejemplo. A la fórmula le llaman federalismo o confederalismo, y manifiestan un alud de falacias para convencernos. Porque se sabe que la gente piensa ingenuo, la gente lleva a cuestas una carga insufrible de paciencia, un arsenal infinito de buena fe. Porque se trata, digan lo que digan, de poseer más, lo que hace posible que ser diferentes sea posible. Que unos pocos, no todos, claro, tengan más. Parece increíble que esto se haga pero es lo que venimos viendo hacer. Eso sí, todo envuelto en episodios chuscos, desplantes varios, desconsideraciones, feos… A nuestros reyes, a nuestra lengua común, a las instituciones históricas, a la democracia constitucional. La argamasa es el odio, qué sencillo. Hay que crear la diferencia para acabar odiando al diferente. Que consiste en hablar otra lengua en exclusiva, extirpar los siglos de historia común. La fórmula, una vez más, es la mentira. Las grandes construcciones ideológica se hicieron, en parte, con mentiras. Unos orígenes lejanos y dudosos, una historia manipulada, una irredención interesada están trayendo esto que ahora vemos y tenemos. Con el agravante de que se hace, lo hacen, quienes pueden, con la torcida intención de alcanzar el poder, mantenerse en el poder. Presuntamente para enriquecerse, ejercer un poder administrado para “los suyos” que excluye a los que no lo son tras un muro creado artificialmente con mentiras. El éxito de este ensayo perverso es la destrucción de España. Incluso que lo pidan a gritos quienes están cansados de esta vesania, esta determinación de ofender, beneficiarse, establecer una verdadera frontera sobre las inocentes lenguas, la historia compartida. Muy triste. Porque no acaban de sublevarse quienes deberían hacerlo porque son del mismo árbol de sangre española, y han sido víctimas de los falaces, los trileros embutidos en buenos trajes cortados a medida. Puede que se trate del mismo pensamiento ingenuo, columna vertebral de los españoles todos, sustancia de una nación construida con un mismo rey y una misma religión. Y la lengua común.
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