La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
La Aldaba
Pasan los años y se aprecia con claridad que los errores en los partidos políticos son siempre los mismos. Uno llega al poder y se enroca en la camarilla que no le discute argumentos, no dice que no nunca cuando se les llama a comparecer y todos los componentes siempre están dispuestos para cualquier menester: una viaje a Madrid, un tapeo en la barra del Jaylu, una mesa en el Sevilla Bahía o unos copazos en el Alhucema. Alcanzan alcaldías y presidencias y no echan cuenta de los que proponen presupuestos novedosos, ideas originales, iniciativas o proyectos de interés, y prefieren quedarse acomodados, gustosos al calor de los palmeros político-mediáticos de “opinión sincronizada” (expresión ahora de moda) que incluso pareciera que han sido secuestrados por esos mismos palmeros y se instalan, por tanto, en la negación, el orillamiento y el rechazo de cualquiera que les lleve la contraria. No hay cosa peor para un supuesto líder que conformarse con la mesa de camilla a la hora de afrontar un mandato. Acostumbrarse al día a día en el poder con los adeptos, a acudir rodeado siempre de los mismos, a los mismos lares (que también bares) y en las mismas circunstancias conduce a aquel pensamiento sabio del Papa Francisco: “La lepra está en la curia”.
La mesa de camilla es un peligro. Casi más que los viernes por la tarde en los bares de la Plaza Nueva y sus alrededores. En esta ciudad hemos visto caer a alcaldes por una suma de factores que incluyen la cortedad de miras, la reducción natural e implacable de séquitos, las expulsiones de concejales y asesores por medio de la máquina del frío y otras medidas propias de reyezuelos hartitos en la primer taberna del poder. Soberbia (inexplicable) se llama. Pasan los años, decíamos, y se cumple la máxima de que el mandatario que se crece en el poder, se endiosa y se dedica a tomar decisiones en función del resentimiento, acaba más olvidado que un penintente de ruan detrás de un paso de palio, dicho sea en clave local. Es curioso cómo en política nadie escarmienta en cabeza ajena. Pasan los años y ves los mismos ademanes, inercias y errores, al igual que sigues disfrutando del plateresco inalterado de la fachada del Ayuntamiento que mira hacia los veladores de Robles o hacia la sede de la Fundación Cajasol. Cumplir años en Sevilla es ser como esos señores mayores de las plazas principales de los pueblos que mascan el palillo en la comisura reseca de los labios y ven llegar a unos visitantes: "Estos duran aquí un cuarto de ahora, el tiempo de un refresco y una meada". Las mesas de camilla son el primer síntoma del enrocamiento de quienes ostentan una posición de poder. No se trata de difundir fotos con mucha gente, sino de no perder la apertura hacia los que te dirán lo que no quieres oír. Pasan los años, el plateresco sigue. Quizás lo importante es no dejar de orinar (dentro).
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