Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La soledad de Pedro Sánchez expresada de forma tan cruel está más ligada a su colosal debilidad que a su poderío desde que dejó su suerte a merced de los independentistas. Su aislamiento cada día resulta más corrosivo porque ha de enfrentarse a una doble oposición: la que ejercen PP y Vox y la de sus socios intermitentes. Unos días están y otros desaparecen, unas veces le respaldan y otras le dejan caer como una hoja suelta. Puigdemont y compañía, sólo en los últimos tres meses, le han tumbado el techo de gasto de los Presupuestos, han rechazado la ley para regular el alquiler de temporada –haciendo inútil la presencia de Sánchez en el Congreso el día de la votación– y esta última semana le han obligado de nuevo a suspender la tramitación de la senda de estabilidad para evitar in extremis otro severísimo revés político. El presidente puede hacerse todos los selfies que quiera con los líderes de medio mundo, pero al llegar a La Moncloa de su cámara únicamente salen autorretratos desangelados. El ingenio y el instinto de supervivencia del líder del PSOE para sobrevivir sólo son comparables a su capacidad para encajar golpes bajos. Pero sus regates en corto como marcan los cánones del chotis, en un ladrillo, cada vez tienen menos recorrido. Los socialistas rara vez son recibidos en el Congreso con las luces verdes para avanzar con sus políticas. Sus socios le aprietan el paso con el color ámbar y la amenaza del botón rojo es permanente. No le dan un respiro. Ni a Tom Hanks en Náufrago se le vio tan solo como al presidente del Gobierno. Aunque como consuelo, siempre le quedará Wilson, aquella pelota de voleibol que se convirtió en el mejor amigo del protagonista de la película.
El hermetismo de Sánchez es tan profundo que sus colaboradores siempre caminan a oscuras en las situaciones más kafkianas y nunca adivinan cuál será el siguiente paso. La imagen de la ministra María Jesús Montero este jueves en la Cámara Baja tratando de escuchar (y de entender) con el pinganillo a los mismos diputados independentistas de los que depende su futuro y el del resto del país, en el Congreso, no tiene precio. Los socios del Gobierno no cierran filas ni en un asunto tan delicado como el veto de México al Rey. Lo que podría dar a entender que Sánchez sufre por un conflicto diplomático que en el fondo no le duele tanto. De lo contrario, ¿qué sentido tiene aceptar tantos desaires? El poder lo cambia todo y modifica las relaciones humanas. Pero los independentistas jamás irán de la mano del PSOE por más ceros que añadan al cuponazo catalán, porque sería como certificar su propia defunción. La falta de compañía y de conexión, si no se sabe gestionar, puede tener un impacto negativo en el rendimiento y la salud de cualquier líder. Y la soledad de Sánchez y su Ejecutivo empieza a ser una pesadilla con tal de mantenerse a flote sobre la balsa de Medusa, practicando el canibalismo político a merced del temporal y las circunstancias.
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