La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Gómez Piñol, maestro, persona y personalidad
Se las prometía muy felices Pedro Sánchez (por cierto, estuvo muy bien en Davos con sus propuestas de control de los tecnomillonarios de las redes): iba a sacar adelante el decreto ómnibus con la subida de las pensiones y muchas más medidas sociales –y otras ochenta menos relevantes–, y ya tenía preparados los vídeos para demonizar al PP por oponerse. Entonces apareció en el hemiciclo del Congreso la levantisca y desagradable Nogueras para cumplir la amenaza de Puigdemont. Se cargó el decreto con sus siete votos, además de llamarles a los gobernantes de España piratas, manipuladores, chantajistas (¡hablando en nombre de Puigdemont!), trileros y gandules. Bueno, pues va el ministro de Presidencia –gran cínico– y culpó del embrollo de las pensiones al Partido Popular “y otros”. Ni se atrevió a citar a los otros, que son los auténticos responsables de su derrota y que lo cubren de insultos, descalificaciones e infamias.
Esto es una constante en las relaciones entre el prófugo de Waterloo y el habitante de la Moncloa desde que por carambola el primero trincó la llave de la continuidad del segundo. Cierto que Sánchez ha intentado engañarlo más de una vez, pero el otro lo ha humillado incontables veces y el presidente del Gobierno de España ha puesto la otra mejilla con frecuencia insoportable ante el ex presidente de Cataluña que huyó tras cometer delitos graves.
Eso en lo formal. En lo material y práctico las cosas son peores. No solamente le entregó una ley de amnistía con nombres y apellidos, una liquidación del delito de sedición, una relectura infame y antihistórica de lo ocurrido en Cataluña en 2017, y antes, y un ataque frontal a la independencia de la Justicia. También lo obligó a aceptar un mediador internacional –como si hubiera una crisis entre Estados–, y a nombrar un representante del PSOE para negociar en el extranjero –como si el conflicto no fuera entre españoles– con el delincuente que representa a la otra parte.
La soberbia y la jactancia con que Pedro Sánchez trata a Núñez Feijóo se vuelven humildad santurrona y resignación masoquista con Puigdemont y su portavoz parlamentaria. A los que acaban de decirle trilero, manipulador, gandul, pirata y chantajista, Bolaños ni los nombra. “Y otros”, dice. Es así desde el principio de esta legislatura desdichada. Lo malo es que con la humillación del presidente también se humilla al Estado...
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