La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Ojo de pez
La jugosa ciencia etimológica establece una distancia mínima entre los términos pedagogía y pedantería. El primero hace referencia a los antiguos esclavos griegos a los que se encomendaba la tarea de acompañar a los niños hasta la didascalia o escuela. En cuanto al segundo, se lo debemos a William Shakespeare, quien en su obra Trabajos de amor perdidos inventó (al igual que buena parte del inglés moderno) el término pedant a partir del anterior y como mero juego filológico, con un significado aún similar al de maestro, si bien la asociación afirmada en la comedia ya invitaba a pensar en matices irónicos. Fueron estos matices los que incorporaron el término pedante al castellano, como magnífica aportación shakespeareana a la lengua de Cervantes, con una acepción próxima a la charlatanería para describir a quienes insisten en dar lecciones a base de mensajes vacíos y propios de la impostura. Esta proximidad etimológica tiene una traducción directa en el ejercicio referido: en eso que llaman la vida real no resulta precisamente sencillo distinguir a los pedagogos de los pedantes, hasta el punto de que conviene dar un tiempo prudente a quien viene dispuesto a enseñarnos algo antes de incluirlo en una de las dos categorías. Enseñar al que no sabe puede ser tanto una obra de caridad como un laurel del que presumir.
A tenor de todo esto, y dado que a los pedantes les resulta particularmente fácil hacerse pasar por pedagogos, cabría estudiar el caso del Gobierno de España, que en las últimas semanas ha hecho explícita la referencia a la pedagogía a la hora de dirigirse a la opinión pública para justificar tanto los indultos como la subida de la luz. Y nos encontramos con que el mismo Gobierno, por una parte, ha exhibido su intención de corregir lo que considera una venganza cuando lo que en realidad hace es anular una sentencia para ganar el favor de sus apoyos políticos; y, por otra, ha querido ilustrar a los usuarios sobre cómo ahorrar energía en tiempos harto delicados para el planeta cuando lo que ha hecho ha sido dar luz verde a una subida de las tarifas que ningún Gobierno considerado de izquierdas podría permitirse. De manera que, en lo relativo a su calidad pedagógica, Sánchez y sus ministros se parecen a aquellas monjas joviales que engañaban a sus alumnos a base de supercherías y cuentos de hadas con tal de conducirlos a la normalidad del rebaño en una perpetua minoría de edad.
Así las cosas, al Gobierno le corresponde la pedantería en su acepción más traidora y, lo que es peor, cursi hasta las cejas. Pero calma que ahí viene Pablo Casado a arreglarlo.
También te puede interesar
Lo último
Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)