¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Apesar del tiempo transcurrido nadie, por lo menos nadie en público, le ha podido escuchar a Juan Espadas una explicación plausible de los motivos que lo llevaron, a finales de 2021, a dejar la Alcaldía de Sevilla para embarcarse en la incierta aventura de hacer oposición a Juanma Moreno en el Parlamento andaluz y a la todavía mucho más arriesgada de recomponer un PSOE con las costuras abiertas tras la pérdida de la Junta y el enfrentamiento cainita entre Susana Díaz y Pedro Sánchez. Razones seguro que habría. Nadie deja un puesto tan gloso para un político como el gobierno de la cuarta ciudad de España si no hay algo que lo empuje con fuerza, aunque ese algo sea tan solo un sentimiento de perruna fidelidad al jefe.
Lo cierto es que Espadas tenía la gobernación de Sevilla encarrilada y podía afrontar las elecciones de 2023 con garantías suficientes. Sin ser, ni de lejos, un líder carismático, había logrado tener cartel entre sectores muy variados de la ciudad e incluso contaba con simpatías entre los más conservadores de una ciudad en la que el conservadurismo es una seña de identidad. Cuando emprendió la retirada, Sevilla se sentía cómoda con Juan Espadas. Luego pasó lo que pasó: en las elecciones municipales los sevillanos decidieron darle una patada a Pedro Sánchez en el culo de Antonio Muñoz y entronizar en la Plaza Nueva a José Luis Sanz. Pero esa, es otra historia.
Ahora a Juan Espadas le llega lo que se venía dibujando desde que hace algo más de dos años el PP conquistó su primera mayoría absoluta en Andalucía y los socialistas se hundieron en lo más hondo del agujero de la oposición. Todo apunta a que después del congreso federal que el PSOE celebra este fin de semana en Sevilla se abrirá la veda para que todas las conspiraciones internas que persiguen dar un golpe de mano en el socialismo andaluz para echar a Espadas vean la luz. Está sentenciado desde que Sánchez señalara a Andalucía y a Madrid como los dos grandes problemas del partido para aspirar a una mayoría sólida en España, una vez lograda la difícil colocación de Salvador Illa al frente del Gobierno de Cataluña.
Va a ser, de confirmarse lo que ya casi todos dan por seguro, un triste final para la aventura de Juan Espadas en la política autonómica. Un final que, además, no se merece. El ex alcalde de Sevilla no ha sido nunca un político capaz de levantar grandes pasiones, ni a favor, ni en contra, pero ha ofrecido una imagen de seriedad y trabajo serio, lo que en estos tiempos no es poca cosa. Pero como líder de la oposición andaluza ni ha sabido crear equipo ni trasladar mensajes. No toda la culpa ha sido suya. El PSOE ha perdido conexión con la realidad y con la sociedad. En Andalucía con más intensidad porque aquí se vive todavía la resaca de muchas décadas de poder absoluto. Espadas va a terminar pagando un pato que no es sólo suyo. Quizás porque se equivocó tomando un camino que nunca debería haber emprendido.
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