La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Estoy en shock: 1 de agosto y me entra la duda de si será sano comerse unos espetos bien ahumados a la orilla del mar. Los labios reventones de sal, una cerveza glacial y ese sabroso bocado que huele a chimenea pero desafía al sol abrasador. Para mí es un icono del verano andaluz; el de las playas y los achuchones, el de las happy-hours y los trasnoches. Me gusta la gente; me gusta la vida. A lo Coldplay.
Ya lo sé. Demasiado idílico para un artículo de prensa. Es que esta columna me ha pillado con el pie cambiado. Dicen las normas no escritas del oficio que los periodistas somos invisibles, que los problemas son nuestros y que no hay más protagonismo que el de los hechos. Como esto es opinión, me voy a permitir contarles que hoy casi no llego a los quioscos. Me comprometí con el jefe de Opinión a publicar La Colmena los jueves durante el mes de agosto... ¡y es hoy!
Me avisa un compañero y me pongo a contrarreloj a pensar de qué escribir. Me desperté muy temprano con la noticia del asesinato del líder de Hamás en Teherán a manos de Israel. No creo que pueda aportar mucho más que lo que cualquiera estará intuyendo: duras represalias y una escalada de violencia en todo Oriente Medio cuando la hoja de ruta debiera ser el alto el fuego. Descorazonador.
En Venezuela suben los muertos. Sigo sin entender cómo los procesos electorales terminan sumando cadáveres en las calles. Me he puesto a leer de uno y otro lado (Nicolás Maduro Vs. Edmundo González) sin otra evidencia que no sea la tristeza de ser testigos de otra democracia fallida. Una más.
En España seguimos enredados con el “no-caso” de la mujer del presidente y la defensa de la “dignidad” de la institución frente a la “patética” actuación de la ultraderecha. Pedro Sánchez dixit. Porque, al otro lado, lo que se ve es una pira funeraria cada vez más descomunal. Incluido fuego amigo.
Si está haciendo la maleta, para ir o para volver, todo esto le deprimirá. Si aún no ha podido escaparse unos días, la desazón será aún mayor. Así que decido centrarme en algo más entendible: la guerra contra los ultraprocesados. La UE ha prohibido las patatas fritas con sabor jamón a partir de unos estudios de la EFSA que revelan su genotoxicidad, es decir, que pueden dañar el ADN de nuestras células. No es un capricho, es una cuestión de salud. Y aprovecho esta columna para aclarar lo fundamental: el problema no son los ahumados en sí de nuestros espetos (ni se priven ni abusen), sino los aromas artificiales (aditivos) con que la industria nos vende lo que no es.
Disfrute de agosto. Al natural.
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