¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Con este sugerente título, Isaac Asimov publicó en 1956 un cuento premonitorio de los derroteros de la civilización en la segunda mitad del siglo XX y el ritmo acelerado del siglo XXI. El autor nos dice que se ha descubierto una máquina, el cronoscopio, para estudiar el pasado y los historiadores lo desean como herramienta de investigación, pero que el Estado controla su uso. Todo salta cuando la patente se abre y se pueden fabricar cronoscopios para uso privado y generalizado. En las páginas finales uno de los personajes dice: "...no sé qué clase de mundo tendremos de ahora en adelante. No puedo decirlo. En todo caso, es seguro que el mundo que conocimos ha quedado destruido por completo. Hasta ahora, toda costumbre, todo hábito, hasta el más minúsculo sistema de vida tenía garantizada cierta reserva, cierto aislamiento... Todo eso se ha desvanecido". Hace setenta años era ciencia ficción, hoy sabemos muy bien a qué se refiere el personaje de Asimov. Podemos decir que no solamente el pasado ha muerto, sino que sólo existe el presente. Lo inmediato. El mensaje, la información llega instantánea a nuestro bolsillo, a nuestra mano las más de las veces, porque ya tenemos el cronoscopio siempre conectado y casi siempre a la vista, para alterar nuestra vida, la personal y la colectiva. Que se lo digan a los políticos profesionales, que hace unos años desayunaban amargamente con el resumen de prensa y ahora viven en el sobresalto permanente del sonido del mensaje en el móvil. Sólo existe el ahora mismo.
Todo eso me hace pensar que, en Sevilla, al llegar este tiempo de preparativos para las celebraciones de Semana Santa, se calman las urgencias que transmiten los mensajes y entramos en una manera peculiar de entender el pasado y el presente. Muchas veces me ha parecido que el pasado atenazaba a esta ciudad y a todos nosotros en la evolución natural de las cosas, lastrando el futuro. Creo que en Sevilla se respira con exceso una actitud nostálgica, una mirada hacia atrás. Una ciudad perdida en un sueño de recuperación del pasado, en la que América creó una fuerte dependencia del exterior, que se mantiene hasta hoy. Una ciudad ensimismada, en expresión de Alberto González Troyano. Pero cuando esta semana me han convocado desde Madrid a una reunión telemática el próximo Lunes Santo, mi primer reflejo ha sido decir: no puedo, porque ese día tengo que ir al Museo y a San Vicente por la mañana y la tarde la tengo ocupada desde primera hora con Santa Marta. Después pensé que solamente lo iban a entender en Sevilla y me he callado. Y me he acordado del dios Jano, que preside la fuente del patio de la casa de Pilatos. Ese dios bifronte con dos caras en la misma cabeza, el protector de aquellos que deseaban variar el orden de las cosas y representaba el tránsito entre el pasado y el futuro. Creo que es la imagen que mejor nos representa como ciudad y como grupo humano, porque en Sevilla en primavera, pasado, presente y futuro, son la misma cosa.
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