París bien valía una misa

11 de diciembre 2024 - 03:07

De no haber sido por Covadonga en el 711 y Poitiers en el 732, estaríamos haciendo abluciones en las mezquitas y le daríamos a la cerveza categoría de pecado mortal incompatible con las firmes creencias en Alá y su paraíso de huríes. Hay unos Pirineos que unen y otros que separan. Los primeros los escaló Bahamontes cuando ganó el Tour en 1959; los segundos son los montes de la indolencia que ha vuelto a construir el Gobierno de España, que no se ha dignado enviar ni un miserable secretario de Estado al solemne acto de reapertura de Notre-Dame. El ministro de Cultura se ha remitido al de Exteriores y éste le ha dado la vuelta a la omelette. Al Rey de España lo tienen maniatado desde el episodio de Cagancho en Paiporta.

La iglesia más popular de París fue pasto de las llamas el Lunes Santo de hace cinco años. Han sonado los versos de la oración de Víctor Hugo en la voz de Marion Cotillard. Estos ganapanes domésticos siguen anclados en el España ha dejado de ser católica de Azaña olvidando que esa lección la dieron los franceses mucho antes y miren cómo han unido fuerzas, tan divididos como están, con este faro de la cristiandad. El ministro Urtasun pensará que Francia sigue siendo el último refugio de los taurinos; su colega Albares centra todos sus esfuerzos en la batalla del catalán en Europa para que los independentistas le sigan dando oxígeno al presidente del Gobierno, el último gauchista europeo.

Francia es patria de santos muy importantes en España: San Martín de Tours o San Bernardo de Claraval, que trajo el ideario del Cister, el Silicon Valley de la cultura medieval. Francia no hizo distingos para acoger a políticos orillados por el tiempo: en París mueren Godoy, primer ministro de Carlos IV; Isabel II, la reina destronada en Cádiz por la Gloriosa; Primo de Rivera, el dictador que desterró a Unamuno; o Diego Martínez Barrio, el sevillano que presidió las Cortes, el Gobierno y la República. Cuentan sus biógrafos que Merimée instruyó a la granadina Eugenia de Montijo, futura emperatriz de los franceses, para cartearse con Stendhal.

Se vio en el homenaje a Nadal en su despedida. Francia lo hizo con todos los honores con su figura eclipsando a la mismísima Torre Eiffel y en España lo despedimos como a Juan Lobato en el PSOE. Hasta el Abate Marchena, ese afrancesado de Utrera que tradujo a Voltaire y Montesquieu, se habría escandalizado con esta ausencia de España en la vuelta a la normalidad de Notre-Dame. No es que París valiera una misa, como dicen que dijo el rey Enrique IV de Navarra, pero sí al menos un pequeño esfuerzo, porque esa fe que movió los Pirineos para frenar al Islam es más consustancial a la idea de Europa que el Euríbor o los cupos y franquicias.

Covadonga y Poitiers fueron los primeros ganadores de la Copa de Europa. Francia tiene hispanistas y España afrancesados. Urtasun y Albares han jugado a ser nuevos Daoiz y Velarde con este oprobio a los franceses. El presidente, que ya tiene bastante con su Votre-Dame, no acudió a misa en París ni en Valencia. Le tiene alergia a los incensarios y tirria a los cálices. No es el Anticristo. Es Pierre Nodoyuna.

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