La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
Si el Ayuntamiento cumple su compromiso modificar el PGOU para evitar que se puedan evitar nuevos desmanes como los que vienen ocurriendo en la emblemática avenida de la Palmera, Sevilla habrá llegado de nuevo tarde a la defensa de su patrimonio. Pero, por lo menos, se alejará la posibilidad de que un paisaje urbano de los que configuran la personalidad de la ciudad quede totalmente arrasado. Lo que ha pasado en La Palmera es una constante de la falta de respeto que desde mediados del siglo pasado viene marcando nuestra realidad urbanística. En este caso se ha demostrado que el Plan General de Ordenación Urbana de 2006 se ha quedado estrecho para responder a realidades que no estaban previstas. Básicamente, como ha explicado reiteradamente este periódico, que ha dado espacio y relevancia al movimiento ciudadano contra este dislate, la norma permitía que en aquellos espacios de baja densidad edificatoria el cambio de uso de residencial a dotacional multiplicara por ocho el volumen de construcción. Ello ha permitido que, a lo largo de los últimos años, inmuebles como la ampliación de la Clínica de Fátima o algunos de oficinas hayan cambiado la configuración urbana de esa vía. Pero ha sido el boom de las residencias de estudiantes, una burbuja que a ver cómo acaba, la que ha encendido todas las alarmas al levantarse auténticos mamotretos que colmataban solares enteros.
Pero La Palmera es sólo, por ahora, el último episodio de una larga historia de degradación del paisaje urbano que no se detiene desde hace décadas. Desde la destrucción masiva del caso histórico de la ciudad durante el periodo desarrollista del franquismo hasta las Setas de la Encarnación o la todavía no inaugurada Plaza de la Magdalena, los conservacionistas se han lamentado del desprecio de la ciudad por su patrimonio y de cómo cierta cultura de la fealdad se ha impuesto entre la atonía general de las instituciones y de los ciudadanos. No les falta razón: sólo hay que dar un paseo por Sevilla para comprobar el daño que se ha hecho. Aunque algunas de estas actuaciones han terminado siendo asimiladas por la ciudad, la norma ha sido ceder a los impulsos de la especulación. Lo que se ha hecho en La Palmera es lisa y llanamente propiciar el pelotazo urbanístico gracias a una norma que claramente estaba fuera de escala y fuera de razón. Lo mismo cabría decir da algunas de las cosas que se están permitiendo en El Porvenir y en otros barrios de la ciudad que hasta ahora eran modelos de urbanismo burgués y de calidad de vida.
El Ayuntamiento parece que esta vez ha sido sensible a una denuncia que iba subiendo en intensidad. Pero el ejemplo de La Palmera deja claro que hay que plantearse con otras perspectivas el urbanismo de Sevilla. El daño hecho ya no se puede remediar.
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