
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La agresión al paisaje de Sevilla de cada día
Rozará la palmera el dintel del Salvador y ya estará rozando la cruz desnuda de cuerpo, solo escaleras y sudario, el dintel de San Lorenzo. Todo pasa en un instante. Pero en el que cabe la eternidad. O, por mejor decirlo, lo que viviremos entre la palmera y la cruz será una suma de instantes eternos. Algunos acudirán puntualmente a las anuales citas, siempre la misma imagen sobre el mismo paso en el mismo sitio. Con otras nos encontraremos casualmente, que no todo es previsible en la Semana Santa, y se nos revelará lo que tantas veces hemos visto pero nunca hemos contemplado, porque entre ver y contemplar existe la misma diferencia que entre oír y escuchar. Me pasó con el Cautivo. Muchas veces lo había visto, pero un año lo contemplé. Y me hizo suyo. Al año siguiente fui a verlo salir y desde entonces lo sigo desde Almirante Topete al Postigo. Se sumó, así, a mis citas anuales con los instantes eternos.
Cada cual tiene las suyas. Todos tenemos, seguro, una: el Señor del Gran Poder en su besamanos del Sábado de Pasión al Martes Santo. ¿Qué otra imagen se atrevería a desafiar la llamada de las calles y las cofradías? Y muchos tenemos otra: la Esperanza única de los mortales desde que nace el sol de la Macarena en la primera hora del Viernes Santo hasta que se pone pasado el mediodía. Milagro de amanecer en la Madrugada y de eclipse en las primeras horas de la tarde cuando, casi en la hora exacta en que la tierra tembló y las rocas se resquebrajaron, se cierran las puertas de una basílica en la Resolana y se abren las de otra en el Patrocinio. Macarena y Cachorro: dolor y gloria, resurrección y ascensión según Sevilla.
Hoy, cuando bese las manos de mi Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes, tendré la sensación de que ya veo los dos pasos enfrentados, ya veo el esplendor de San Juan de la Palma una mañana de Domingo de Ramos, ya veo el poderío de este barco andando a la voz de Villanueva como deben andar los pasos grandes, poderosos, mientras suena “Silencio Blanco” –nunca agradeceremos bastante a Triana y a Julio Vera que dieran al Señor lo que Font de Anta dio a su Madre amarga–, ya lo veo salir de Cuna para hendir Laraña, ya lo veo dejar el Espíritu Santo buscando su casa. Entonces tendré la sensación de que desde el beso de hoy hasta ese momento solo habrá pasado un instante hecho de muchos instantes eternos. Todo pasa. Todo queda.
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