Paliativos

29 de junio 2024 - 03:09

Por razones que no vienen al caso, me he pasado una buena parte de la última semana en una unidad de cuidados paliativos. No como paciente –es obvio–, sino como acompañante de una persona allí ingresada. El hospital ocupa un antiguo convento franciscano y es un lugar muy hermoso. Y sí, aunque parezca mentira, hay hospitales que pueden ser muy hermosos. Cuando estuvo en Sevilla, en el invierno de 1912, Rilke vio a varios enfermos en el Hospital de la Caridad y escribió que aquellos enfermos descansaban “como si la muerte ya no fuera necesaria”. Y algo de eso vi en aquel hospital. La atención de los médicos y cuidadores era exquisita. Todo estaba en silencio. Y si uno se asomaba al exterior, veía espadañas y torreones y un viejo reloj de sol que seguía marcando la hora como si la muerte ya no existiera.

Pero lo que más me llamó la atención del hospital es que ni una sola vez oí hablar de política. Uno piensa que la algarabía incesante de nuestra jaula de grillos se extiende a todos los ámbitos de la vida, incluidos los hospitales, pero allí dentro, en aquella planta de paliativos, nadie hablaba de política. Una mujer joven le cantaba a una persona mayor –quizá su madre– las rancheras de Sabina y Rocío Dúrcal. Un anciano salía cada día a la misma hora, arrastrando los pies, a fumarse un cigarrillo en la terraza que daba al claustro. Una señora se pasaba la vida contemplando el pasillo. Y una profesora de instituto que cuidaba a su padre (creo que era su padre) se paseaba por los pasillos con la vista fija en las baldosas recién fregadas. En una habitación sonaba muy débilmente una radio. En otra, alguien hablaba en susurros. Y de vez en cuando, las palomas que anidaban en la azotea pasaban revoloteando por delante de las ventanas con un estrépito de aleteos y zureos. Y eso era todo.

¿Y la política? Por suerte nadie se acordaba de ella. Nadie. No hubo ni una sola referencia ni un comentario ni una insinuación. Nada de nada. Está claro que las verdades elementales –la enfermedad, la vejez, la muerte– anulan por completo las paparruchas ideológicas con las que perdemos miserablemente el tiempo. Y qué ridículas y qué histéricas suenan las pataletas a las que se entregan continuamente nuestros políticos. Milei, Trump, Feijóo, Ayuso, Sánchez, todos esos nombres, todas esas farsas, allí no significaban nada. Nada de nada.

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