Las palabras curan, las frases confunden

03 de julio 2024 - 03:08

Laura, Petra y Ammal. Y con ellas, la madre de Laura y los hijos de Ammal. Seis víctimas mortales en tres asesinatos machistas que han teñido de rojo y de rabia los últimos días del mes de junio. El dolor ha llegado a Zafarraya (Granada), a Fuengirola (Málaga) y a un pueblo de Cuenca, Las Pedroñeras, que es conocido en el mundo entero por la calidad de sus ajos.

El ajo es el tesoro más preciado de ese Eldorado conquense que como el oro y la plata en la frontera de México con Estados Unidos atraen a cientos de familias en busca de un mejor porvenir. Ammal trabajaba en el Ayuntamiento de Las Pedroñeras. El hombre que la mató y acabó con la vida de los dos hijos que tenían en común, una niña de siete años y un niño de cinco, tenía que estar entre rejas, pero había incumplido la orden de regresar a la prisión donde cumplía condena. El ogro estaba suelto. Trabajaba en el matadero local y dedicó sus horas de asueto por la negligencia o indolencia de sus vigilantes a un trabajo extra de matarife.

Ammal había encontrado el paraíso en un pueblo de Cuenca, pero se topó con quien tenía las llaves del infierno. En una novela de Blasco Ibáñez se dice que los hijos del amor son los más hermosos. Dos criaturas inocentes, hijos del desamor, dos vidas sesgadas por un Herodes pérfido y cobarde. No hay mayor culpabilidad que la que arremete contra la inocencia, contra los que no se pueden defender, carne de su carne, sangre, ay, de su sangre. Ammal era muy querida en Las Pedroñeras, donde no había pateras y los mares son de ajos. Sufrió en sus carnes aquello que dijo el obispo Antonio Cañizares y fueron a degüello a por él. Este pastor nacido en Utiel, un pueblo de la Valencia que linda con la provincia de Cuenca, llegó a decir en una homilía que no todo lo que llegaba en las olas migratorias era “trigo limpio”. La cizaña se ensañó con Ammal y los oficiantes del buenismo se rasgan las vestiduras. Su asesino y el de sus hijos debería estar en la cárcel o, a juzgar por sus continuos comportamientos, haber sido obligado a regresar a su país. Hubiera sido interpretado como un gesto de xenofobia.

Después de las muertes, el lorquiano “lo de siempre”: los lamentos, las declaraciones. El negacionismo no mata, señora ministra de Igualdad. Mata la pérdida de valores, la miseria, el desarraigo, la penuria, la falta de ejemplos. Matan los cabrones que acabaron con las vidas de Laura, Marian, Petra, Ammal y sus dos hijos, tan pequeños. Está muy bien lo del machismo estructural, vale, como el estructuralismo machista. En este terreno, la ideología no sólo no sirve, sino que estorba. Las palabras salvan, las frases confunden. Y estamos en el tiempo de la fraseología, que puede ser una rémora del lenguaje inclusivo. Lástima que ya no estén entre nosotros Emilio Alarcos, Rafael Lapesa o Manuel Alvar para conocer su opinión como lingüistas. Los datos son tozudos y demuestran que las leyes no sirven. Ciertamente, el entorno de impunidad no es el más idóneo para el prestigio y predicamento de las leyes. El Mahdi, el asesino de Ammal y de sus dos pequeños, estaba donde no debía. Trigo convertido en cizaña.

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