Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
AL cumplirse el cuarto aniversario de la presidencia de Sánchez proliferan los análisis sobre una gestión convulsa en la que han abundado las curvas: pandemias, volcanes, guerras, espionajes... El gran Campmany, sin duda, hubiese llamado “gafe” a nuestro primer ministro, sambenito con el que antaño se podían arruinar las más sólidas reputaciones de una forma mágica y cruel, como si de un mal de ojo de café literario se tratase. Gafes los había en el periodismo, la tauromaquia, la política, el teatro, el fútbol... y todos eran condenados a un impío y tribal ostracismo. No es el caso, desde luego, de nuestro señor presidente.
Los partidarios de Sánchez sacan pecho con lo que llaman “logros del Gobierno”: ley de eutanasia, subida del salario mínimo, traslado de los restos de Franco... y otras medidas que califican de “progresistas” (le dan un sentido positivo a dicho vocablo). Pero se quejan amargamente de la estrella declinante del presidente, cada vez más perjudicado en las encuestas y que empieza a dar alarmantes señales de acabamiento político.
Los leales del presidente del Gobierno, que son legión al menos en las tertulias de RTVE, presumen de un Sánchez resistente y resiliente, casi como un niño atómico. No cuentan, sin embargo, que dicha capacidad de aguantar debajo del agua se debe en gran parte al desparpajo de Sánchez a la hora de mentir y faltar a su palabra. El Sánchez que iba a convocar elecciones inmediatamente tras la moción de censura, el que sufría de insomnio ante la posibilidad de ver a Podemos en el Gobierno, el que jamás pactaría con Bildu, etc, es sencillamente un hombre sin palabra. Y en nuestra España, que aún guarda resabios campesinos y preindustriales, un hombre sin palabra es, sencillamente, un monigote, por mucho poder que atesore.
Aparte está la absoluta falta de autoridad de un presidente al que sus ministras –algunas de tan poca talla intelectual y política como Belarra o Montero– se permiten llevarle la contraria públicamente en cuestiones de Estado tan importantes como la guerra de Ucrania o la OTAN.
Sánchez podrá subir el sueldo a los españoles (ya se encargará la inflación de bajarlos), tremolar las “políticas de género” y remover los huesos de Franco, pero en sus cuatro años de poder ha dejado claro que no tiene ni palabra ni autoridad. Y no se nos ocurren dos vicios más nefastos para un presidente del Gobierno.
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