La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
La primera vez que oí esta expresión –un tanto fiera– fue en catalán, cumpliendo el estereotipo de la pela es la pela o salut y força al canut. Nada con más saña que los chistes y refranes entre vecinos, habitantes todos esta nuestra barca de piedra donde, una vez, los leperos se llevaron la palma del choteo. Pero Lepe es hoy una gran ciudad con respuestas y problemas de un pueblo desarrollado y la avaricia no es patrimonio de ninguna comunidad autónoma. Pero, volviendo a la frase que titula este artículo, al resultar una verdad irrefutable, me sirve como anillo al dedo –cuando no tenía artritis– para hablar de uno de los temas de actualidad patrios: la publicidad institucional, también llamada con acierto propaganda. Hay un marco regulador en Europa que, de cumplirse, nos ahorraría esa sospecha de compra y venta de medios de comunicación por parte del poder, en el caso que nos ocupa del político porque sobre los financiadores privados, aunque hay una regulación que afecta a la transparencia no hay un marco tan explícito como en la publicidad institucional. Desde 1998 hay un marco general que se contempla en la Ley de publicidad que está orientada sobre todo a proteger los derechos del consumidor y prevenir de los efectos de la publicidad engañosa. Hay otras leyes que afectan a la actividad publicitaria, como las del Menor, la de Igualdad o la de Violencia de género aunque, ciertamente, parecen limitarse a expresar lo deseable que a definir lo punible. Ojana y disculpen que me ponga puntillosa. Hay, lógicamente, un ordenamiento que controla la propaganda política y especialmente en periodo electoral. El problema es cuando no hablamos de propaganda (sic) de los partidos sino de la publicidad de las instituciones, que muchos consideran el trofeo después de la batalla (electoral). Ahí, en ese marco en el que se alían campañas de concientización con las de autoestima (del lugar, se entiende) si aplicáramos la norma general publicitaria sobre algunas figuras nos llevaríamos estupendas sorpresas o sonados cabreos, según el día. Por ejemplo el muy perseguido “emplazamiento de producto” –hubo un programa de deportes belga que vistió a todos sus participantes con polos de ese famoso cocodrilo que fue multado– en el caso de informaciones y entrevistas sobre todo de dirigentes locales llega al paroxismo, nos los encontramos por casualidad hasta para hablar del horóscopo. Ahora el Gobierno de España, tras la aprobación de un Reglamento por la UE, quiere ajustar la regulación a una actividad legítima que pagan quienes mandan: los ciudadanos. Que merecen saber a qué se dedica el dinero de la comunicación y sobre todo a quién y según qué méritos. No es difícil: hay baremos de reparto transparentes y justos. El problema es cuando quien lo incumple o lo calla no sufre ni siquiera la pena de los telediarios. Hacer el agosto todo el año.
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