Olímpicos

10 de agosto 2024 - 03:08

Hay deportes olímpicos que no exigen una gran fortaleza física –el tiro con arco o con pistola, la doma clásica, el extrañísimo softball–, pero en general casi todos los deportistas olímpicos poseen un físico espectacular. Cualquiera de nosotros, al verlos competir, se siente acomplejado o incluso disminuido. Nos vemos viejos, tristes, feos, barrigones, y en cambio, esos deportistas parecen poseer el secreto de la eterna juventud (que también durará muy poco, pero mientras estén compitiendo en una pista de atletismo o en una piscina, esa decrepitud parece imposible). Lo digo porque esos cuerpos perfectos nos crean una cierta inseguridad a los ciudadanos apoltronados en la rutina que nos pasamos la vida sin hacer casi ningún ejercicio. Ellos –y ellas– son guapos, jóvenes, saludables, armoniosos. Y nosotros, en cambio, somos justo lo contrario. Y eso, en una sociedad tan victimista como la nuestra, podría considerarse una forma de desigualdad, o peor aún, una pérfida injusticia.

Supongo que fue por esa razón que en la ceremonia inaugural de París se incluyó una parodia de La última cena de Leonardo da Vinci protagonizada por personas con un físico o una personalidad “no normativa” (la estrella de esa representación fue una lesbiana obesa de cuyo nombre no logro acordarme). En cierta forma, esa parodia representaba a todos los excluidos por las exigencias físicas de los deportes olímpicos: a los que no son esbeltos, a los que no son fuertes, a los que no son atléticos. Esa parodia sería como una especie de revancha de los feos frente a los guapos, y yendo más allá, de los perdedores frente a los ganadores, o incluso de los marginalizados y despreciados por las normas sociales mayoritarias –los heteronormativos, si lo decimos en la jerga woke– frente a los que imponen el canon estético que impera entre nosotros.

Pero si esto es así –y parece que lo es–, el problema es que los Juegos Olímpicos están hechos para los bellos y para los saludables y no para los torpes y los deformes. La belleza olímpica, se mire como se mire, es injusta y es elitista y hasta se podría decir que es discriminatoria. Exige esfuerzo, entrenamiento, dedicación, sacrificio. Exige un adiestramiento casi inhumano. Y exige una voluntad de acero que casi nadie tiene. Y no, las pruebas olímpicas no están hechas para nosotros.

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